Una impalpable pero atosigante capa de banalidad cubre la plaza pública y hace invisible el suelo sobre el que se asienta y los pies de quienes lo pisan. Asomada a la política, la ciudadanía  parece flotar en un tiovivo o rodar embarcada en el tren de la risa. Del polvo que cubre los argumentos y los valores emergen ocurrencias y aspavientos, que forman el entrecortado lenguaje del tiempo de tuiter con el que las élites se comunican con la plebe. La cosa no tiene remedio, así que, mejor que lamentarlo, aprovecharemos las oportunidades que la situación ofrece.

¿Es política la iniciativa de la niña boba que se ha comprado un hijo/nieto por ciento setenta mil dólares? Si hemos de creer al cloqueo mediático a que ha dado lugar el hecho, la respuesta es sí; pero apenas aceptamos esta opción afirmativa, el acontecimiento desaparece del escenario como los fantasmas se desvanecen en las sesiones de güija,  y hasta la próxima.

¿Es la popular presentadora televisiva Ana Rosa Quintana el principal adversario de la izquierda? Si hemos de creer lo que se cuenta en el vídeo promocional de los podemitas, la respuesta también es sí, lo que ha dado lugar a un entretenido cruce de ocurrencias entre la presentadora y el promotor del vídeo, don Pablo Iglesias, un tipo superdotado para la comunicación que no tiene gran cosa que contar y al que le gusta tanto la política como los juegos de rol, de manera que ejerce su oficio en un punto intermedio entre ambos.

Los llamados partidos emergentes de la nueva política estuvieron promovidos por chicos listos dispuestos a comerse el mundo, hasta que a los primeros bocados advirtieron que era demasiado duro para sus mandíbulas y decidieron dedicarse a la simulación, para la que no carecen de dotes. Don Albert Rivera, otro chico de oro de la época emergente y un fantasmón verboso que estrelló a su partido contra los acantilados de la realidad porque él mismo había perdido el rumbo, ha fichado a dos payasos para guiar los pasos de los jóvenes ingenuos que se matriculen en los cursos de postgrado que imparte en otra atracción de feria llamada instituto universitario de liderazgo y formación política. Los cómicos contratados son don Albert Boadella y don Toni Cantó. Adviértase que en el título del chiringuito de don Rivera el liderazgo precede a la formación política. Primero yo y luego ya veremos. Pero ¿existe esa entelequia? Bueno, al menos en la nube, sí. Si lo buscas en ese cuento de las mil y una noches que es internet ahí aparece su página web con una gran fotografía de don Boadella, encantado de haberse conocido ante una platea vacía, que supuestamente llenarán los matriculados en el máster de los narcisos.

Los payasos en política no son una novedad. Aparecen en tiempos de incertidumbre y pueden rastrearse desde la antigua Roma, donde se registra una dilatada nómina de emperadores exhibicionistas. En la actual Europa hemos tenido algunos ejemplos notorios, como Coluche en Francia y, más recientemente,  Beppe Grillo en Italia, y otros que se les aproximan en habilidades comunicativas y falta de vergüenza, como don Berlusconi o doña Ayuso. Los payasos, como los políticos, llevan una máscara pero más reconocible y extrema, si bien no necesariamente menos siniestra porque tiene la virtud de apoderarse de la atención del público y contaminar el escenario de una suerte de nihilismo que se agota en sí mismo. A la postre, la plebe prefiere las inanimadas caretas de don Sánchez y don Feijóo, la del primero una cara de palo y la del segundo, la expresión circunspecta de quien asiste a su propio funeral.