Doña Ayuso forma parte de la atropellada nómina de fichajes que hizo el recién estrenado líder del pepé para esmaltar las listas electorales de las pasadas y próximas elecciones. Nadie había oído hablar de estos candidatos y eso se supone que era la renovación del partido. Una improvisada tropilla de gentes desenvueltas, procaces, echadas p’lante, parte de las cuales han quedado amortizadas al primer envite, como el hijo gris de Adolfo Suárez o el campeón de lanzamiento bucal de huesos de aceituna, y del que han quedado algunos supervivientes desplumados que aún gallean, como la marquesa que presidió hace unas semanas el desastre electoral en Cataluña. Otros quedan pendientes de foguearse en esta segunda vuelta, entre ellos doña Ayuso, una dama pinturera y desparpajada, que aspira a la presidencia de la comunidad de Madrid, el premio gordo de estas elecciones, y cuyas ocurrencias tintinean en los programas de televisión y en las redes sociales para solaz de la plebe. Cuidado con esta dama de verba trotera. Hay dos razones para desconfiar de la hilaridad que produce. La primera, que sus disparatados argumentos tienen una lógica interna que sus electores potenciales entienden y aprecian. El primer requisito de un candidato a las elecciones es parecer del mismo huerto donde se crían  los suyos; el mensaje de doña Ayuso no desentona en los mítines de su partido por más chanzas que despierte de puertas afuera.

La segunda razón procede de una enseñanza histórica. El puesto al que aspira la candidata estuvo ocupado por una correligionaria que también se presentó en sociedad como dama boba, un personaje acreditado del teatro clásico. Mirada risueña y astuta, una media sonrisilla y aire de estar en Babia que ocultaban un carácter de cemento y una resistencia de acero  ante los embates de la realidad. Doña Aguirre, que aún aparece en algún cameo por los espacios de televisión dedicados a la política, fue protagonista del diccionario más florido de disparates e inconveniencias que se recuerda mientras oficiaba de matriarca de una monstruosa red de corrupción política levantada a la puerta misma de su despacho si no en su interior, y salió ilesa de ambas pruebas: ni desacreditada por sus bobadas ni imputada por los delitos a mansalva que se cometían en su entorno y por sus subordinados. Hay que tener un talento especial, no siempre discernible a primera vista, para salir viva de ese barrizal. Uno piensa en Lina Morgan o Gracita Morales, cuyos personajes de tonta del bote llenaban teatros y cines mientras ellas conducían con mano de hierro su carrera profesional  y sus negocios en la producción de espectáculos. Las bobitas tienen un arma secreta que las hace irresistibles: generan una simpatía condescendiente en sus seguidores y desarman la desconfianza de sus adversarios. Doña Ayuso no ganará, probablemente, estas elecciones, pero no será por la sarta de sandeces que ha proferido desde que se presentó en público.