Monsieur Le Président ha comparecido ante los ciudadanos de la república y el mundo en general con guantes de boxeo, marcando bíceps y teniéndosela con un saco de entrenamiento. La imagen es polisémica, y tanto vale para exhibir músculo político como para publicitar un desodorante pour homme genuinamente francés. Esta segunda interpretación es plausible puesto que días antes Francia había aprobado una ley que penaliza fiscalmente la venta de ropa barata, es decir, china, en nombre de la industria nacional de la moda y el lujo. La paradoja de las democracias liberales es que el consumo en que se basa la estabilidad del sistema es satisfecho por China, un régimen autoritario pero impecablemente capitalista y muy eficiente en el servicio.

En fin, dejemos esta interpretación, quizá demasiado alambicada, y vayamos a la más obvia, según la cual monsieurleprésident está enviando un mensaje de desafío al zardetodaslasrusias, que también se exhibió al inicio de su carrera a pecho descubierto y cabalgando un oso, pero habremos de convenir que domar a un oso es más meritorio que zurrar a un saco de arena, que no puede devolver el golpe, y para decirlo todo, tampoco el oso, que era de photoshop, como los bíceps del otro. En todo caso, y sin salir del mundo boxístico en el que ha debutado le président, conviene tener en cuenta la reflexión de Myke Tyson: todo el mundo tiene un plan hasta que le doy la primera hostia. El zar ya la ha dado bombardeando la infraestructura energética de Ucrania con éxito, en gran parte debido a la falta de armamento antiaéreo que Estados Unidos ha dejado de proveer por la disputa interna de demócratas y republicanos.

¿Estamos en guerra con Rusia sin saberlo desde hace dos años? Si la respuesta es afirmativa, atravesamos una situación de drôle de guerre, término que le président debería entender porque lo inventaron los franceses, y alude al periodo entre el primero de septiembre de 1939, fecha en la que la Alemania nazi invadió Polonia y Francia declaró la guerra a los agresores, hasta el diez de mayo de 1940 en que el mismo ejército atacó a Francia y la derrotó en un santiamén y casi sin pegar un tiro. Entrambas fechas hubo una completa inactividad armada, llamada guerra de broma, en la que los franceses, convencidos de su invulnerabilidad garantizada por la Línea Maginot, se dedicaron a posar sonrientes junto a sus tanques inmóviles. Antes y ahora, París está a mil seiscientos kilómetros de Varsovia, y a mil cuatrocientos de Kiev, demasiados kilómetros para cubrirlos con machadas de photoshop.

Entre las élites europeas discurre una corriente belicista de la que no sabemos su anchura y calado, y de la que se ha hecho eco nuestra ministra de defensa doña Robles: la amenaza de guerra es absoluta y la sociedad no es del todo consciente, ha dicho. Tal vez la sociedad no es consciente porque no hay tal amenaza y en todo caso no es absoluta, lo que quiera que signifique este adjetivo aplicado al sustantivo amenaza, al que le cuadran mejor otros calificativos, como urgente o grave o universal, si fuera el caso, pero habría que explicarlo. Tal vez el postureo belicista de monsieurleprésident tenga, en primer término, un objetivo electoral; cuesta entender cómo se pretende ganar unas elecciones prometiendo una guerra nuclear pero no hay que ser muy avispado para maliciarse que don Putin va a ser el macguffin de las próximas elecciones europeas de junio.

Lo que llamamos Europa es una construcción política novedosa en la historia, que surgió y se ha desarrollado bajo principios pacifistas. Entre el grupo de naciones fundadoras (1952), Francia no quería ser invadida otra vez y Alemania no quería ser derrotada de nuevo, así que pusieron en común el carbón y el acero, la base material de los enfrentamientos en la era industrial, y sumaron al proyecto a los países del entonces llamado Benelux, situados en el corredor por donde habían transitado los tanques y donde se ubicaban los grandes puertos atlánticos, y a Italia, que había estado en los dos bandos en conflicto durante las guerras continentales del siglo XX. A partir de este núcleo, las sucesivas ampliaciones se hicieron con estrictos criterios de integración jurídica, modelos democráticos homólogos y principios pacifistas. Esto fue posible porque sobre la urdimbre comercial y económica de la unioneuropea extendía sus alas una organización militar al mando de Estados Unidos, la fuerza hegemónica y decisiva de la llamada alianza atlántica. El modelo de negocio funcionaba al gusto de ambos socios: los norteamericanos mantenían a todo ritmo su complejo industrial-militar y los europeos invertían en el llamado estado del bienestar su ahorro en armamento. Este modelo ha entrado en crisis y su quiebra será más evidente si gana Trump las elecciones presidenciales. Europa tendrá que pagarse su defensa, lo que significa recortes en gasto social e inversiones civiles, pero adquiriendo las armas a Estados Unidos, al menos mientras Europa no consiga una homologación de sus industrias armamentísticas nacionales, lo que llevará tiempo. El problema lo estamos viendo en Ucrania. Hasta nueva orden, pues, la guerra nos hará más pobres y más dependientes.

Esto es lo que tienen que explicar los gobiernos de la unioneuropea a sus respectivas sociedades para que sean conscientes de la amenaza absoluta de la guerra, como dice doña Robles. La dificultad radica en que cada país europeo procede de una historia distinta, que condiciona su imaginario y su visión geoestratégica. Para España, por ejemplo, que no solo no participó en las dos guerras europeas del siglo XX sino que extrajo beneficios políticos y económicos de ambas, la idea de una amenaza rusa es sencillamente inimaginable, y los partidos que estén o aspiren a estar en el gobierno lo saben. Aquí, los guantes de boxeo, a menudo cargados con una herradura, se utilizan para los combates domésticos en el ring de la Carrera de San Jerónimo.