Doña Ana Obregón se da maña para estar en el candelabro, como decía la otra.  Hay que tener algún don infrecuente, además de voluntad de hierro, para ocupar el podio del famoseo durante cincuenta años sin ningún mérito apreciable y tan terne y juvenil como el primer día. Ahora ha comprado un bebé para no estar sola y de paso ha abierto el enésimo frente de la guerra cultural patria, en este caso por la gestación subrogada. Doña Ana es una influencer de verdad y no la chavalería que hacen coreos en tiktok. La derecha ya ha empezado a meditar en voz alta que los vientres de alquiler no pueden ser tan malos si los usa nuestra Anita la fantástica. La derecha tiene que resolver ante su clientela la contradicción entre la moral tradicional –¿qué dice el papa de Roma sobre este asunto?– y la omnipotencia del mercado. Si algo se puede comprar y vender es bueno, y mejor aún si solo lo pueden comprar los ricos, que son gente responsable. Bien, pero ¿cómo se explica este principio a la plebe sin provocar escándalo en los puristas? Aquí ofrecemos un hilo argumental.

Los avances en cibernética e inteligencia artificial todavía no han hecho prescindible del todo la fuerza del trabajo humano. Las roombas y demás robots domésticos no permiten, por ahora, despedir a kellys y mucamas que doblan el espinazo para fregar el suelo y extraer el polvo de los bajos del armario. La creación de objetos sólidos y tridimensionales puede hacerse con una impresora 3d pero todavía no hemos encontrado un artefacto capaz de cocer a un embrión durante el tiempo y con las condiciones necesarias para que sea viable. Podemos producirlo –antes se decía finamente, concebirlo- en el matraz del laboratorio pero la maduración requiere de un vientre orgánico, que por fuerza ha de ser de una hembra de la especie humana, aunque el doctor Moreau estaría encantado de experimentar con hembras de elefante o de pantera, a ver qué sale. También doña Anita podría haberse comprado un foxterrier o un gato siamés sobre el que verter sus inagotables y cálidos sentimientos maternales y ha preferido un cachorro humano que se llame Ana y cuyo primer balbuceo será abueeela.

Llegados a este punto de la argumentación, las objeciones éticas son manejables. Los miembros de la especie humana que son huérfanos de fortuna están obligados a vender la fuerza de su trabajo para sobrevivir. Esa fuerza se localizaba en los brazos y piernas y ahora se ha extendido al vientre en el caso de las hembras, lo que es menos fatigoso si no necesitas simultanear el embarazo con otros trabajos, domésticos o no. Los albañiles hacen casas y los vientres de alquiler las amueblan con niños, por lo que unos y otras reciben un salario que tan ricamente pueden invertir el bolsa. En España, la gestación subrogada es ilegal pero no está castigada, si es para consumo propio, como la droga. La prohibición debe atribuirse a la moralina progre -¡cuánto daño ha hecho el Cuento de la criada al sano juicio liberal!- y además es inútil porque acotar el espacio al comercio internacional es poner puertas al campo. Fíjense que luchamos en Ucrania porque el país, entre otras virtudes nacionales, es un prometedor mercado de oferta de vientres de alquiler. Así que, suerte Ana, estamos contigo a tope.