Tal como éramos: inocencia, sorpresa, esperanza

El mundillo cultural de la ciudad está pautado estos días por un programa de actos que, recuerdan, conmemoran, celebran, evocan, reproducen, repiten (táchese lo que no proceda) un acontecimiento, más que famoso, mitológico, acaecido hace cincuenta años y conocido como los Encuentros de Pamplona 1972. El programa actual, como aquel otro, incluye representaciones escénicas, conciertos, exposiciones pictóricas, proyecciones cinematográficas y mesas redondas. ¿Qué ha cambiado en este medio siglo, quizá el más abundante en mutaciones de la historia en tiempo de paz?

De lo ocurrido hace cincuenta años no queda más que la memoria individual y fragmentaria de los que asistieron a aquel despliegue caótico de gestos culturales y el testimonio fotográfico, que entonces estaba a cargo de profesionales. Los organizadores han reunido en una exposición este material  de dos fotógrafos locales, Pío Guerendiáin y Koldo Chamorro. El primero estuvo encargado oficialmente de documentar los eventos del 72; el segundo fue uno de los grandes del último tercio del siglo pasado y ahora se ha encontrado en sus archivos una valiosa colección de fotos de aquellos días. Las imágenes de Pío son livianas, históricas; las de Koldo, hondas, dramáticas. Pero este comentario no quiere ser una crítica de arte fotográfico. Ambas ilustran la paradoja de aquel acontecimiento, el impacto imborrable entre los asistieron a él y el carácter banal, pasajero, de lo ocurrido.

Para un fotógrafo, el atractivo de aquellas imágenes era irresistible: las máscaras de los actores del teatro indio Katakhali, las misteriosas performances geométricas de Esther Ferrer y el grupo Zaj, la intensidad del rostro de John Cage durante su concierto. Inevitablemente, son las mismas imágenes que el espectador de entonces guarda en la memoria. Por eso, quizá, son más interesantes ahora las fotografías que captan lo que pasaba alrededor de estas representaciones sorprendentes, en esa zona indiferenciada y aparentemente anodina que ocupa el público. Es asombroso lo nítidamente que las fotografías reflejan el impacto de aquel desembarco cultural en la buena gente de la época.

La promiscuidad que reinaba en los actos permite distinguir claramente dos tipos de personajes. Los artistas que levantaban escenarios, instalaban esculturas, desplegaban banderolas y modulaban los aparatos de audio se identifican con facilidad: jóvenes venidos de la estratosfera (léase Madrid y Barcelona), serios, melenita de media gala, barbas, indumentaria informal con algún vestigio hippy, expresión concentrada y gestualidad reflexiva y didáctica. Cualquiera que se fije en ellos adivina que son portadores de arcanos cuya expresión material no está exenta de dificultades técnicas y filosóficas. ¿Dónde instalar esta escultura, cómo levantar una carpa que se resiste a ser instalada, este lienzo debe colgarse horizontal o vertical? Ese momento de fecunda indeterminación está captado en la imagen.

Pero la masa crítica la formaban los espectadores, vecinos y vecinas de la ciudad que topaban con una performance en la calle o convocados a un acto cuya naturaleza era imprevisible y ajena a sus intereses y costumbres. La gratuidad de la oferta hizo que los encuentros fueran de verdad democráticos. El público mayoritario era juvenil aunque las imágenes también captan a algunas damas de edad y severo luto que caminan indiferentes entre la barahúnda o esperan sentadas a algo parecido al paso de una procesión. Entre los y las jóvenes, se distinguen estudiantes de la universidad del opus, seriecitos y atentos, con su característica uniformidad de la época: jersey de cuello caja color burdeos, ellos; falda escocesa de tablas, ellas. Las caras de la gente revelan curiosidad, más recelo que complacencia y, en general, una sensación de irrealidad.

El icono de aquel acontecimiento es una figura en papel maché del Equipo Crónica: un sujeto sentado, formal, pasivo, necesitado de lentes, que tanto le ayudan a ver como a no ser visto y cuya inmovilidad bien podría representar el estado de ánimo de la ciudadanía de la época.

(La imagen de cabecera está tomada de una fotografía de Pío Guerendiáin)