Hoy, domingo, se cumple medio siglo del final de un acontecimiento que se inició el 26 de junio de aquel año y dejó a los habitantes de esta remota ciudad subpirenaica boquiabiertos y agitados, y marcada para siempre a la generación joven que asistió al prodigio. Fue lo más parecido al paso de un cometa sobre nuestras cabezas: un acontecimiento excepcional, asombroso, que al desaparecer en el cielo deja la vida en la tierra igual que estaba antes de su llegada y a quienes lo vieron preguntándose interminablemente por su significado y trascendencia. Hoy ya podemos concluir que nada significó ni transcendió más allá de su propio y momentáneo resplandor.

Aquello fue un caleidoscopio: un artefacto que ofrece imágenes brillantes, variadas e inútiles, que, sin embargo, cuadran a la memoria, siempre arbitraria y hecha de ocurrencias azarosas que evolucionan en un tiempo ya ido y mudan de sentido cada vez que se las evoca.  El viejo todavía se conmueve por aquellos destellos ininteligibles que correteaban por las calles de la ciudad apagada e impactaban en la fervorina de su juventud. Pero, de verdad ¿le conmueven? ¿O le agobian? Los viejos se cuentan a sí mismos muchas trolas cuando intentan domesticar el pasado.

Los provectos lectores de esta bitácora ya habrán adivinado que se habla de los Encuentros de Pamplona de 1972. Un big bang que el tiempo ha convertido en un agujero negro cuya lábil energía alimenta de manera recurrente la retórica cultural del país. Hace algo más de una década, el Museo Reina Sofía dedicó una exposición al acontecimiento en clave de epitafio y un colaborador del catálogo lo describía así: Podría decirse de aquella situación experimental, al contrario de lo que sugerían sus críticos, que comunicación la hubo y en exceso. Todo acabó descompartimentado e intercomunicado, hibridado y confundido. No solo las obras entre sí y estas con los sucesos, también los patrocinadores con los organizadores, estos con los artistas, los artistas con el público, y los artistas y el público con los opositores y detractores. Auténtico carnaval de la comunicación. No sé si queda claro.

A su turno, la ciudad va a celebrar el quincuagésimo aniversario del acontecimiento dizque en octubre. Por lo que tenemos leído, a la iniciativa se han sumado en tromba todas las instituciones políticas, académicas, cívicas y culturales que caben en el reverso del folleto. Nuestro alcalde don Maya ya ha anunciado que no se trata de hacer lo mismo que en el 72 ¡y tanto!, sino de hacer algo que signifique lo que significaron aquellos encuentros. ¿Y qué significaron? Es difícil imaginar dos épocas más diferentes al cabo de medio siglo. Donde hubo creatividad y esperanza, hay corrección y miedo, y lo que fue una fugaz ballena blanca es posible que nos sea devuelta a esta playa convertida en un bacalao reseco.

P.S. La imagen que encabeza esta entrada es de una figura debida al Equipo Crónica de la que puede decirse que fue el icono de los Encuentros del 72. Un observador ciego e inmóvil, que entonces tenía una connotación policial, pero que bien puede representar la opacidad de la sociedad en la que se celebró el evento. Hoy es una pieza de museo.