El ministro ruso de exteriores, la condena a un rapero, la apertura de la hostelería, la ley trans, y el mismísimo cometa Halley si pasara ahora sobre nuestras cabezas, devienen materia de la campaña electoral catalana. He aquí un eslogan de promoción regional: Cataluña, el paraíso de los problemas irresolubles. Si te gusta comerte el coco este tu hogar. En esto de los problemas raritos, los catalanes son muy creativos. Ayer sumaron otro nuevo: el candidato apestado. Don Illa –el del efecto– quiere contagiar del virus que lleva en un bolsillo a sus competidores. Se ve que don Illa ha incorporado a su arsenal de habilidades políticas, que no parece muy variado ni brillante, las mañas de un espía ruso en el trato con los opositores. ¿Para qué vas a argumentar con ellos si puedes mandarlos a la uci? La acusación se oyó ayer así, literalmente, en el debate preelectoral de televisión. Doña Borràs, hecha una tieta, y otros que le hicieron la ola acusaron a don Illa de que iba a contagiar de la covid19 a las candidatas que le flanqueaban en el cacofónico coro de nueve voces desplegado en el plató.

El objetivo era asociar al candidato de don Sánchez, es decir, del gobierno central, con el caos, y no diremos que no lo consiguieron en parte. El interpelado refutó la sandez a medias: aludió  al protocolo sanitario, que él cumple a rajatabla, dijo. Protocolo es una palabra hueca, de burocracia antigua, que se podría encontrar en el diálogo de una película de Berlanga o en un chiste de La Codorniz y que se ha oído muchas veces estos días para deplorar la vacunación de generales y obispos chungos. Don Illa ha hecho lo que dicta el protocolo y eso, por la magia de las elecciones, le convierte en un apestado.

El resultado fue que los telespectadores pudimos ver en directo y en tiempo real la siembra y desarrollo de una fake, como se dice ahora, a cuya fascinación era difícil hurtarse. Don Illa es un dialéctico a la antigua, no muy hábil por ende, que se defiende mal de las trolas trumpistas o trúmpicas que han invadido el espacio político y que en el paraíso catalán de los problemas han encontrado un suelo especialmente fértil. Fue en esta parte de Europa donde se cultivó con esmero la mayor trola trumposa del continente en la última década: el prusés.

Y ya que se menciona la bicha vale la pena recordar que el señalamiento del candidato socialista como heraldo de la peste vino precedido en el tiempo por la firma de un acuerdo o pronunciamiento de los partidos independentistas que se conjuran para rechazar cualquier pacto postelectoral con la formación de don Illa. La secuencia de los acontecimientos fue, pues, cuarentena política primero y justificación biológica después. La conversión propagandística del adversario político en riesgo para la salud pública no es nueva en la historia, dicho sea con perdón por traer a colación esta reductio ad hitlerum.

Todos los partidos que concurren a las urnas este domingo parten de un equívoco, y sus propuestas, cuando las hay y no son meras ocurrencias volanderas, resultan castillos en el aire. Ninguno puede alcanzar ni remotamente sus objetivos máximos y ninguno podrá gobernar en solitario ni formar una mayoría que no esté sujeta a tensiones desde el primer momento. Van a ser unas elecciones sin ganadores ni perdedores y unos y otros van a necesitar dosis masivas de paciencia, habilidad y generosidad para que el paraíso de los problemas no termine por convertirse en un infierno. Suponemos que eso es lo que esperan los votantes, cansados, irritados, confundidos, como lo estamos todos.