Los documentos incautados a la camarilla impulsora del prusés demuestran que se lo pasaron pipa mientras duró. Tenían servicio de inteligencia interior y exterior, comisariado político, gabinete de estrategia y… listas negras. Aún no habían alcanzado la libertad y ya diseñaban la dictadura. Lo asombroso es el ensimismamiento con que jugaban a conspiradores, absortos como un niño ante la play,  como si el  mundo alrededor no existiera. Es verdad que en cierto modo el mundo se había ausentado, pues ni el gobierno central hacia nada ni su servicio de espionaje se coscaba de la que se nos venía encima hasta que la cosa se resolvió a la ibérica manera, con el guardia de la porra y la derecha/derecha soltando a los perros de presa, ¡a por ellos!, con el resultado de cincuenta y pico diputados/legionarios en el congreso. En el futuro la historia dirá que en una esquina de Europa a principios de este siglo, una cuadrilla de gerifaltes de antaño fue condenada a la cárcel por jugar a la play: el primer delito cyberpolítico de la historia. Pero los contemporáneos sabemos que lo ocurrido no es más que el enésimo avatar de las guerras carlistas. Ese escrutinio del personal para discernir quién es o no afecto a la causa despide el mismo tufo que ha impregnado la historia española desde el cura Santa Cruz y los militarotes del 36 hasta don Santiago Abascal, que también anda pidiendo listas de funcionarios para pasarlos por la piedra. La sacudida de la globalización ha puesto en evidencia la cantidad de ropa vieja y maloliente que tenemos en el fondo del armario.

Lo ocurrido en Cataluña puede explicarse en esta clave. Los propietarios del gran capital se han esfumado de la escena, como en todas partes, para perderse en el dorado laberinto de los fondos de inversión y los paraísos fiscales, y han dejado a sus domésticos al cuidado de la finca. A esta clase subalterna pertenecía don Pujol y familia, un banquero advenedizo y fulero, que necesitaba arañar de los negocios públicos para parecer lo que no era. Después de él, la calidad de la servidumbre al cargo del predio bajó unos grados, de acuerdo con el principio de selección negativa que opera en la formación del liderazgo de los partidos políticos. El siguiente líder es siempre un poco más incompetente que el anterior. Y ahí está don Puigdemont, un aventurero sin oficio ni beneficio, con su escudero don Torra, al frente de Jauja, un descomunal aparato administrativo y presupuestario del que ya no pueden cobrar comisiones porque la crisis ha agotado las arcas públicas y es cuando deciden independizarse, vale decir, ejercer el dominio absoluto sobre el patrimonio y el fondo de comercio de la finca. El mensaje que recibe la plebe afecta a la causa es que al final del prusés le espera la Arcadia. Las manifestaciones independentistas recuerdan, a escala, las de los requetés de la boina roja que llenaron las plazas de esta remota provincia subpirenaica en julio del treinta y seis, cuando los terratenientes de la época decidieron asaltar la república como los independentistas han jugado a asaltar el estado democrático. No es necesario recordar cómo terminó aquello, para los requetés y para todos los demás.