La que faltaba ya está aquí. La recesión. La economía de la globalización ha dejado de ser cíclica para tornarse titilante. Los picos y los valles de la gráfica siguen ahí, pero aparecen apretados y constantes, como el castañeteo de dientes de quien está aterido o muerto de miedo. La economía se ha convertido en una enfermedad crónica. En España ya ha entrado en el debate político, aunque el país aún está en crecimiento. Esta vez, la recesión llega en el curso de la recuperación de una interminable crisis en la que aún no se ha conseguido alcanzar el producto de hace diez años, la inflación da encefalograma plano, las tasas de interés son negativas, las deuda aparece inmutable, los salarios son más bajos que hace una década y el empleo es más precario. En este paisaje, la recesión parece una fantasía masoquista.

En dos mil ocho, cuando estalló la gran crisis –la más grande conocida desde el crash del 29, dijeron los que saben-, hubo capitalistas que creyeron que el capitalismo estaba condenado a muerte, y lo dijeron en voz alta. Bueno, el capitalismo siguió funcionando de acuerdo con los intereses de los capitalistas, que es lo suyo, y no le fue mal. Las medidas de recuperación se centraron  en asegurar la tasa de beneficio del capital y se escribieron en las espaldas de los de abajo con el consiguiente aumento de la desigualdad social que ha llegado a niveles desconocidos desde la segunda guerra mundial, pero ¿a quién le importa? Durante un corto periodo, en los breves quince minutos de fama de Thomas Piketty y otros como él, la desigualdad pareció que fuera a ocupar el centro de la agenda política. La democracia vino a corregir este error de perspectiva. El pueblo soberano se apresuró a votar a la derecha, cuanto más extremista y frenética mejor, y así aparecieron en el firmamento Trump y su guerra comercial con China, y los chiflados conservadores británicos y su bréxit, que han provocado la recesión que ahora asoma. Entretanto, la llamada derecha moderada se ocupaba de allanar el terreno. En España, un tal don Guindos, antiguo alto empleado de Goldman Sachs, el banco que provocó la crisis de hace una década, ofició de ministro de Economía del gobierno que aprobó una reforma laboral extremadamente agresiva, en sus propias palabras al anunciarlo a sus colegas del director europeo, que don Sánchez no se atreve a derogar. Al mismo tiempo, un tal don Durao Barroso, anfitrión del trío que provocó la ilegal y criminal guerra de Irak, fungió durante una década de presidente de la comisioneuropea y ha terminado de presidente de Goldman Sachs, el banco que provocó la crisis. Vivimos en un bucle.

P.S. El diario de referencia publica hoy la tradicional homilía de principio de curso de don Felipe González. Los más viejos del lugar la estábamos esperando con ansiedad.  Se ve que su heredero don Sánchez no da la talla y la entrevista que le publicó el mismo diario el pasado domingo no puede competir en espesor y sapiencia con la de su abuelo político. La entrevista es una sarta de tópicos en defensa del sistema político que él ayudó a construir y hoy se tambalea, pero, ah, esa retórica opiácea es irrepetible. Tomen cualquier fragmento de la felípica, al azar, este por ejemplo: Debería decir que me rebelo contra mi propio pesimismo y que no soy pesimista, pero la verdad es que la anomia global está calando hacia abajo, hacia los estamentos nacionales locales. ¿Cómo se traduce esa falta de respeto por las reglas en la realidad británica? ¿Y en la realidad española? Dios, ¿quién puede superarlo?