Cada día cruje una cuaderna del sistema democrático en el que hemos vivido y tal como lo hemos conocido. Un toque de locura parece adueñarse del foro público y de las relaciones entre los individuos, los colectivos y las naciones. Otra cosa está en marcha pero nadie sabe qué es ni qué rostro tiene. Las únicas certezas disponibles son que los ricos son cada día más ricos y que el transatlántico en el que han hecho el dinero y en el que navegamos todos ha debido chocar con un iceberg en algún momento de la travesía y está pilotado por una tripulación incompetente. Tres toques de locura de hoy mismo.

Uno. Las tertulias televisivas de la mañana han estado ocupadas por el ya famoso otoño caliente catalán, que aún no ha llegado. El monotema: las fuerzas policiales que va a desplazar el gobierno central a Cataluña durante el rosario de conmemoraciones catalanas que se avecinan. Entrevistas a políticos de uno y otro pelo; entrevistas a representantes sindicales de uno y otro cuerpo policial. Contrasta el tono de unos y de otros. Los políticos hablan enseñando los colmillos; los policías, con moderación profesional y una inocultable preocupación por el marrón que se les viene encima. El desasosegante amasijo informativo transmite la impresión de que los policías enviados a Cataluña van a la guerra del Rif, lo que sin duda complace a los unionistas españoles y a los independentistas catalanes parece que no les desagrada. ¿Añoranza de la épica? Las celebraciones catalanas de septiembre y octubre son cuaresmales porque conmemoran sin excepción derrotas. El martirologio es imprescindible para fundamentar una comunidad mística pero ¿es útil para constituir una sociedad cívica? A sentido contrario, ¿creemos que nuestra democracia sería mejor después del aplastamiento de la mitad de la sociedad catalana?

Dos. El honorable New York Times publica un insólito artículo de opinión anónimo autoatribuido a un presunto empleado de la Casa Blanca que dice formar parte de la resistencia interior al presidente Trump, del que afirma que está rodeado de héroes anónimos  conjurados para frenar sus iniciativas. El artículo está en la onda del último libro del aclamado (como dicen en la promoción de películas) periodista Bob Woodward (ya saben, el de Watergate, ¡aaah!) que califica de manicomio la sede histórica de la democracia en el planeta. Y como todos nos hemos vuelto locos y todos los papeles están cambiados, todo está permitido: empleados desleales que alardean de boicotear al  presidente que los ha nombrado; resistentes clandestinos en el corazón de la democracia, y libelos anónimos en la tribuna de opinión de un respetable periódico liberal, mientras el aparente responsable de este sindiós sigue en la poltrona, una bufonada tras otra, sin que haya ninguna expectativa de que vaya a ser desalojado por las cámaras legislativas ni tampoco de que haya sido abandonado por sus votantes. ¿Cómo es posible? Pues bien, porque los ricos siguen ganando dinero y vaya lo que necesitan los ricos que el sistema político funcione bien o mal o no funcione en absoluto. El capital va a su bola, emancipado de las constricciones de la política.  ¡Es el mercado, amigo!, que diría el que ha sido a la vez el mejor ministro de hacienda de la historia española (¿?) y uno de los más hacendosos evasores fiscales de la misma hacienda que dirigía.

Tres. El último toque es doméstico. El paseante cruza ante la sede de Bildu en esta remota ciudad subpirenaica. El ventanal está ocupado por un gran póster de un triunfante don Puigdemont con la leyenda Catalunya beti aurrera (Cataluña, siempre adelante).  Ahí tenemos al presidente de la derecha catalana entronizado por la izquierda vasca. El aroma de la épica carlista une a ambos. La izquierda abertzale es el carlismo pasado la túrmix de la industrialización acaecida hace sesenta o setenta años en el País Vasco. La derecha catalanista, cuyo último avatar encarna don Puigdemont,  es el carlismo pasado por la trituradora de la globalización, la hegemonía del capital financiero y la revolución digital. Reliquias del pasado que pugnan por resucitar. Zombies.

E la nave va.