La realidad sale a trompicones de las interminables fiestas navideñas este año infectadas de gripe y con los festejantes sumergidos hasta las rodillas en las nieves de la autopista. Don Rato perora ante una comisión parlamentaria dícese que de investigación pero que más parece un púlpito para dictar doctrina y denostar de todo dios, empezando por sus correligionarios, don Guindos y compañía. Don Rato, arrogante, sobrado y despectivo en la tribuna, como en los buenos tiempos. ¿Pero es que hay malos tiempos para esta gente? No hay enmienda; al contrario, la edad nos hace cada vez más parecidos a nuestra propia caricatura y la de don Rato es un mal chiste que no termina de pasar a la historia. Ahí están los honorables diputados representantes del poder legislativo atrapados por el aura de un fullero al que ellos mismos han convocado ¿con qué fin que no sea entronizarlo de nuevo? ¿Es posible que a estas alturas la crisis bancaria y todo lo que vino después necesite una explicación de don Rato para que nuestros diputados electos entiendan qué fue aquello? ¿Qué brizna de verdad se espera obtener de su perorata? ¿y con qué fin?.

Sesión desordenada, estridente, en la que los interrogadores cacarean preguntas para dar pie al discurso del investigado, devenido juez tonante. ¿De veras creen nuestros diputados que desde esa posición magistral los convocados van a hacer algo que no sea presentar los hechos a su antojo y conveniencia? Lo lógico sería que ya hubiera una hipótesis previa del asunto que se examina, sustentada con hechos irrefutables, y los interrogados se limitaran a contestar preguntas concretas de manera concreta sobre sus actuaciones y que, en su caso, las declaraciones ante el parlamento tuvieran valor probatorio en los tribunales. Lo otro, lo que ha ocurrido esta mañana y ocurrirá en las próximas sesiones, es una discusión de sobremesa después del festín, con la vajilla y las copas sucias aún sobre el mantel. No hay modo de creer que esta ceremonia sea fruto de la imprevisión o la ignorancia, sino más bien el enésimo intento de que el parlamento sea el lugar privilegiado donde se encubre la realidad de los hechos. ¿Por qué habríamos de creer que una mayoría de diputados están interesados en extraer conclusiones políticas de las causas de la crisis si fueron los partidos en los que militan y que los han sentado en el escaño los que estaban al mando cuando estalló y los que la han gestionado después con indudable éxito para sus intereses? En esta nómina, don Rato es un cimarrón, que puede permitirse utilizar el altavoz que se le ofrece para ajustar cuentas con su banda. Estaba tan crecido, que en un momento ha culminado su proclama con un grito de guerra: ¡Es el mercado, amigo! Y si es el mercado y su mano invisible, ¿qué están haciendo los diputados y para qué les pagamos? Es una pregunta que sin duda debieran hacerse ellos también.