Monika Zgustova presenta hoy su libro de crónicas Vestidas para un baile en la nieve, que recoge el testimonio de nueve mujeres supervivientes del gulag soviético. Es un manojo de relatos intrigantes, trémulos, desasosegantes en ocasiones y conmovedores otras, sembrados de preguntas sin respuesta, evocadores de mundos pavorosamente reales a cuyos confines no puede llegar el lector. La obligada brevedad de las historias que se cuentan mantiene intacto el misterio que las rodea. Diríase que la narración de la experiencia concentracionaria impuesta por los regímenes totalitarios del siglo veinte resulta más libre y veraz, más azarosa también, a través de una literatura documental, como la que practica en este caso Zgustova, alejada de la reelaboración novelística, porque de alguna manera lo que se cuenta carece del consuelo que ofrecen las fábulas. El lector no necesita creer lo que lee, como cuando se enfrenta a una ficción, sino entenderlo, lo que obliga a un esfuerzo intelectivo y moral que no requieren las novelas. El crítico George Steiner lo dice así: Las obras de Solzhenitsyn y Grossman eclipsan todo lo tenido por ficción seria en Occidente a día de hoy.

La textura novelística de las obras de Aleksandr Solzhenitsyn y Vasili Grossman es la que les ha dado la fama, porque acaso de otro modo no hubiéramos podido digerir la materia que se nos ofrece, pero lo que da solvencia a sus obras es la sólida base documental sobre el que se asientan. Y en este ámbito, han sido mujeres las que han escrito una literatura testimonial de primer orden, erizada de dolor, inteligencia y sensibilidad. La memorias de Nadiezhda Mandelstam (Contra toda esperanza), Evgenia Ginzburg (El vértigo) o Margarete Buber-Neumann (Prisionera de Stalin y Hitler), por citar a las más conocidas en el ámbito español, constituyen un recordatorio devastador e inolvidable. Las viñetas memorialísticas que recoge Zgustova en su libro están en la misma longitud de onda. Breves, compactas y cargadas de energía. Nueve mujeres muy distintas y alejadas entre sí, arrancadas de su vida familiar y profesional por razones ajenas a cualquier lógica, para ser enviadas al infierno donde sobreviven a cincuenta grados bajo cero, cortando troncos en el bosque o abriendo zanjas en el hielo, vestidas de harapos e infraalimentadas, y apoyadas en escasas y azarosas muestras de lo humano encontradas en el camino -un amigo o amiga fugaz, el recuerdo de un poema o de una pieza musical, alguna ayuda exterior inesperada- y, sobre todo, la voluntad de vivir y, al hacerlo, de dar sentido a lo vivido. En su aparición en el libro son mujeres físicamente quebradas pero incandescentes, lúcidas, tenaces y orgullosas.

El último testimonio recogido en el libro de Zgustova es el de Irina Emeliánova, hija de Olga Ivínskaya, la amante de Boris Pasternak al que inspiró el personaje de Lara en El doctor Zhivago. Madre e hija fueron condenadas –la primera dos veces- a un campo de trabajo por sus relaciones con el escritor, por lo que puede decirse que la famosa novela provocó, al menos, dos víctimas. Mientras leía el testimonio de Irina, este lector tuvo la vívida impresión de que su historia, y las de las otras ocho mujeres del libro,  son mucho más conmovedoras que todo lo que se cuenta en la novela de Pasternak.