En la plaza mayor de mi pueblo han levantado durante las navidades pasadas una carpa en cuyo interior se recuerda mediante fotografías de época, algunas muy poco conocidas, el paso de Ernest Hemingway por la ciudad. El pretexto, o la efeméride, para este montaje es que el año pasado se cumplieron noventa años de la publicación de la novela del escritor The Sun also rises (Fiesta) cuya historia, como es sabido, tiene lugar en esta ciudad durante sus fiestas patronales. La exposición compartía espacio con un mercadillo navideño y esta incongruencia estacional produce en el espectador un sentimiento de confusión porque la fiesta de Hemingway es estival, juvenil y despechugada bajo el sol de julio. Si hay algo refractario a la navidad es la épica del escritor para quien esta ciudad fue un escenario del desarraigo. El loable intento del actual ayuntamiento ha sido destacar la vinculación de Hemingway con la ciudad y su entorno geográfico y la importancia que este escenario tuvo en el impulso de su creación literaria, pero a la postre es un intento fallido. Hemingway no consigue ser para la ciudad más que un adorno de su mobiliario histórico; un señuelo para el turismo de invierno. Una referencia las más de las veces equívoca, cuando no indeseada. No es infrecuente la frustración que la lectura de Fiesta acarrea entre los paisanos de aquí al descubrir lo poco que habla de la ciudad, a pesar de que todas las escenas de la novela están situadas en rincones urbanos identificables y descritos con proverbial precisión en sus detalles de espacio y de tiempo. En realidad, valdría la pena examinar no tanto la huella de Hemingway en la ciudad cuanto la resistencia de la ciudad a reconocerla. Hay un abismo tenaz entre el escritor y la ciudad que tanto le atrajo cuando en los años veinte era un turista en París, y no porque la autoridades turístico-culturales no se hayan empeñado en colmatarlo en las últimas décadas. El aldeano que esto escribe se deja arrastrar por estas reflexiones mientras desfila ante las imágenes de la exposición fotográfica y advierte el retorno de un sentimiento de juventud en el que la lectura de las novelas y relatos de Hemingway no estaba asociada al mejor conocimiento de la ciudad en la que vivía sino al sueño de escapar de ella, de experimentarla como un escenario de la aventura y no de la obligación, del deseo y no de la necesidad. Un viento frío que se filtra por entre los lienzos de la carpa envuelve al espectador.
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