En este invierno de nuestro descontento, seco y cálido, las sociedades europeas se deslizan sobre la superficie de un lago helado, y, como corresponde a esta clase de deporte sobre patines, la atención está centrada en no caerse y al mismo tiempo disfrutar de cierta elegancia en el alarde. Pero atravesamos un invierno engañoso y es frecuente que el hielo se quiebre bajo nuestros pies y nos hundamos con todo el equipo. No se puede abandonar el lago, así que lo siguiente consiste en reanudar los ejercicios de patinaje. En política, este reinicio del juego en busca no de la excelencia sino de la mera supervivencia son las elecciones, cada vez más frecuentes, más urgentes, más imprevisibles, más estériles. La fiesta de la democracia, como dicen los cursis, se está convirtiendo en una resaca interminable. Lo que fuera instituido como el garante del sistema deviene expresión de su disfuncionalidad y produce un efecto inquietante: el ascenso paulatino de la extrema derecha en cada convocatoria. El neofascismo o postfascismo es el factor develador de una democracia que parece haber perdido pie.

Las elecciones se convierten en un eterno retorno, que paraliza la vida de la sociedad, y sirven así para normalizar la incapacidad de la clase política en las funciones para las que ha sido elegida. Líderes quemados y desacreditados, programas devaluados y anecdóticos y una opinión pública vulnerable, inquieta, hastiada y tornadiza son los ingredientes electorales de este tiempo. Discursos mesiánicos y vacuos, parlamentos fragmentados e inconexos, e incapacidad crónica para la gestión de los asuntos ordinarios son los frutos de este ecosistema.

Veamos, por ejemplo, la sociedad catalana, tradicionalmente apreciada por su sensatez y cordura, que en una década ha demostrado una enorme creatividad para el caos y ha pasado de ser uno de los países más atractivos y prósperos de Europa a un laberinto de pasiones estériles en el que gobierna la sequía, como en el Sahel. El presidente de la Generalitat, don Pere Aragonès, no consigue una mayoría para aprobar los presupuestos e inesperadamente declara terminada la legislatura y convoca las elecciones para el mes mayo. La decisión abre una crisis en el quebradizo gobierno central cuya sostenibilidad está uncida al guirigay catalán. La lógica democrática es impecable; el resultado, incierto y potencialmente catastrófico.

La causa del desacuerdo habido para la aprobación del presupuesto de la comunidad es un parque de atracciones. Una sociedad que aspira a convertirse en un estado independiente no consigue ponerse de acuerdo sobre la instalación de una noria y un casino. Ítem más, al hacer casus belli de un asunto que no pasa de ser una iniciativa empresarial (por cierto, auspiciada por inversores extranjeros) somete el futuro de la comunidad o nación o como quiera decirse a una apuesta de riesgo que depende del interés que el parque de atracciones despierte en el turismo. Es el abismo que separa las grandes palabras, como independencia y libertad, de la gestión concreta de los negocios cotidianos. Una cosa es predicar y otra dar trigo. Y así llegamos a que un parque de atracciones, un tema que seguramente le importa un carajo a la gran mayoría del censo porque no lo relaciona con sus necesidades ni sus expectativas de futuro, podría ser la propuesta central y el objeto único de debate en la próxima campaña electoral: ¿Quiere vivir el resto de su vida montado en una noria? La aventura a la puerta de casa. Vote a…

Pero aún hay algo peor. Lo probable es que el resultado que salga de las urnas en estas elecciones no sirva a la gobernabilidad. El parlamento seguirá fragmentado pero escorado a la derecha cada vez más extrema, como viene ocurriendo en todas las elecciones europeas, sean nacionales o regionales, y como ilustran los recientes comicios en Portugal. En Cataluña no hay todavía un partido neofascista declarado, así que este campo estará ocupado por la derecha puigdemontesa, lo que significa vuelta a la matraca independentista –la culpa la tienen los otros, como repite la también soberanista madrileña doña Ayuso- y a la asunción de algunos temas de la fachenda europea, como el discurso antimigratorio. ¿Tanta necesidad tienen los catalanes de montarse en la noria y de jugar a la ruleta? ¿No han tenido bastantes emociones estos años?