Los gazatíes han sido designados para experimentar todas las formas imaginables de morir. A la muerte generosamente dispensada por bombas de racimo y balas en ráfaga, se ha sumado la provocada por hambre. El genocidio de Gaza tiene una inspiración bíblica y una ejecución medieval, en la que la brutalidad asesina y generalizada se ve matizada por ciertos gestos paliativos. En la carnicería de las más tremebundas batallas aparecen unos pocos monjes que se ocupan de enterrar a los muertos, aplicar apósitos en las llagas de los heridos, dar agua a los deshidratados y consolar a los desesperados. Es una imagen típica de la compasión cristiana y el origen fundacional de la cruz roja y de las oenegés que han venido después y hoy son innumerables. La función de estas piadosas instituciones no es acabar con la guerra ni perturbar a los gobernantes que la promueven, sino salvar a unas pocas víctimas y, de ese modo, aliviar el malestar moral de los mirones. También producen un cierto efecto cómico.

Estados Unidos, el país que pudiendo hacerlo se niega a frenar el genocidio de los gazatíes, ha lanzado ayuda –alimentos y medicinas- en paracaídas, ante una catastrófica situación humanitaria, dice un obsequioso diario español. ¿Qué otra situación que no sea catastrófica se puede esperar cuando previamente se ha despojado de humanidad a los destinatarios de la ayuda? Pero dejemos la filosofía y vamos a los hechos desnudos. Podemos imaginar a los gazatíes corriendo de aquí para allá para estar donde el paracaídas descargará el contenedor de la ayuda, y hacerlo con tal acierto, el que azuza la necesidad, que los beneficiarios del don celestial se sitúan en el punto justo donde les caen encima varias toneladas de, digamos, leche en polvo (por citar el producto con el que los norteamericanos reforzaron en España la descarnada dieta infantil de la generación del viejo). En este trance ya se han contabilizado cinco muertos y una decena de heridos víctimas de la ayuda humanitaria caída a plomo.

Lanzar algo desde el aire sobre las cabezas de otros, ya sean bombas o bocadillos de queso,  alimenta nuestro sentimiento de superioridad. Sobre esta gratificante sensación y el embotamiento moral que conlleva nos aleccionaba en la sala oscura Harry Lime cuando desde lo alto de la noria vienesa del Prater preguntaba a su amigo Holly Martins  sobre el valor de la vida humana señalando a los viandantes como hormigas que correteaban por el parque allá abajo. Hay algo indescriptiblemente obsceno en el plácido descenso de los paracaídas sobre las ruinas de Gaza y alguien ha decidido que habría que encontrar otra fórmula más glamurosa y eficiente para aplacar el malestar, grande o pequeño, de las sociedades occidentales en año electoral, tanto en Estados  Unidos como en Europa.

De este modo o de otro parecido ha surgido la iniciativa compartida por Washington y la unioneuropea de abrir un corredor marítimo por el que transitará ayuda humanitaria, lo que hace suponer que los compasivos han debido obtener la venia de los sitiadores de Gaza para llevar a cabo la operación, que se ha puesto bajo la marca del chef José Andrés, un tipo de acreditada reputación en los paladares del goloso mundo occidental y conocido por otras iniciativas de distribución masiva de alimentos. Mira por dónde, los gazatíes van a tener la oportunidad de conocer la haute cuisine y quizá un pequeño palestino superviviente de la masacre, que ha perdido a su familia y está al borde de la muerte por inanición, nos devuelva el favor dentro de unos años diciendo en un video en instagram que salvó la vida gracias a unos bocaditos de conejo al salmorejo, receta del afamado chef asturiano, y de este modo nos recuerde lo buenos que somos.

La ayuda alimentaria va a salvar vidas que están condenadas a ser segadas. Cada palestino que sobreviva a la hambruna es un terrorista en la mira telemétrica de un francotirador israelí. ¿No sería mejor dejarnos de pamemas humanitarias y seguir la doctrina de doña Ayuso cuando se refirió a la mortandad ocasionada por la pandemia del covid en las residencias geriátricas privadas de ayuda médica? Total, se van a morir igual.