Más madera, es la guerra, la famosa consigna a grito pelado de Groucho Marx vuelve a la actualidad. Nada mejor que una guerra para ordenar las cosas cuando parece imposible que las cosas puedan arreglarse por los mecanismos propios de una situación pacífica. Las cosas son los intereses y querencias de unos y de otros que aparecen revueltos en estos tiempos de confusión planetaria. En España lo sabemos bien, tuvo que haber una guerra provocada por unos generalotes afectos al procedimiento para arreglar el sindiós de la república. Después, el país quedó pacificado y planchado, como el tren de los Hermanos Marx. El convoy llegó a la estación con los vagones en chasis, sin rastro de compartimentos y demás aderezos que hacen posible el viaje y la convivencia. Vuelve, pues, la guerra y los enemigos de España son, curiosamente, los mismos que en 1936: Rusia y Cataluña.

Sobre el advenimiento de la guerra nos advierten militares de la parte central y septentrional de Europa. La población europea, avisan, tiene que prepararse para una guerra con Rusia, que ocurrirá, pronostican, en un plazo de entre cinco y ocho años. El hecho de que la alarma provenga de países fríos y con abundancia de agua –Suecia, Países Bajos, Países Bálticos, Chequia- ofrece una coartada a los indígenas de la recalentada y reseca Península Ibérica donde históricamente nos hemos dado cierta maña para permanecer neutrales en las guerras europeas y hacer negocios entretanto con unos y otros. Ocurrió en la primera y segunda guerras del siglo pasado pero tal vez ahora nos resulte imposible el escaqueo. Nuestro país es miembro de una alianza militar y está obligado a entrar en batalla si otro país miembro es atacado. Así que, a prepararse toca. Ya veremos cómo doña Robles nos va vendiendo este encargo en los próximos meses.

En todo caso, los españoles estamos tan mal acostumbrados en materia de guerras exteriores que puede preverse una cierta falta de ardor guerrero para entrar en la próxima. Por fortuna, tenemos un poder judicial en vigilia perpetua que nos señala a cada paso dónde están los quintacolumnistas que conspiran con los enemigos exteriores. Ya está más que probado que don Sánchez mantiene relaciones fraternas con etarras y yihadistas de hamás, y ahora un juez, no el famoso de estos días sino otro, ha decidido empapelar a don Puigdemont por alta traición por un contubernio con ¡Rusia!, ¿quién iba a imaginarlo?

El magistrado dice de sí mismo que ha revisado la abundante documentación y encontrado datos que identifican a personas y confirman las estrechas relaciones personales existentes entre algunos de los investigados con individuos de nacionalidad rusa, alemana o italiana, algunos de ellos mientras ocupaban cargos diplomáticos o relaciones con los servicios secretos rusos, otros miembros influyentes de partidos políticos de extrema derecha y con interés en establecer relaciones de influencia política y económica con el gobierno de Cataluña si éste se independizaba de forma unilateral de España. ¿Qué nos pueden decir los suecos o los letones sobre Rusia que no sepamos nosotros? Ya lo dijo don Serrano Súñer el día que se vino arriba: Rusia es culpable.

Hasta el más lego entiende que las pesquisas del juez van dirigidas, no a establecer la verdad de un presunto delito de alta traición sino a hacer imposible que don Puigdemont escape por algún resquicio de la ley de amnistía –Puigdemont al paredont, será el pareado de esta primavera, una vez amortizado lo de que te vote Txapote– y, como consecuencia, don Sánchez, el okupa de la Moncloa, se irá a casa y con suerte también al trullo o a algún sitio peor, como le desean los manifestantes de la calle Ferraz.

La investigación policial que ha amunicionado al juez para armar la causa contra don Puigdemont por alta traición tiene el ocurrente nombre en clave de operación Volhov y evoca una batallita ocurrida durante la segunda guerra mundial en el que una treintena de españoles de la división azul conquistaron y mantuvieron una cabeza de puente en el río Vóljov durante el avance del ejército de Hitler, del que formaban parte, para cerrar el cerco de Leningrado (más de un millón de víctimas civiles). A nuestra gente le gustan estos microrrelatos bélicos protagonizados por paisanos que hacen por huevos lo que tienen que hacer, en modo últimos de Filipinas. Lo del Vóljov terminó también de una manera al gusto patrio: el capellán de la unidad divisionaria, don Juan Dehesa Manuel, fue condecorado con la cruz de hierro por su brillante actuación en la cabeza de puente, según cuenta la wiki. Se ve que mantuvo la posición a hostias. En resumen, la división azul vuelve a estar de moda: tomen nota los de la memoria histórica y no quiten todavía las placas que tiene dedicadas en el callejero, podríamos necesitarlas otra vez en breve.