Los que quieren mal, y son legión, al gobierno de don Sánchez dicen que es un gobierno frankenstein pero también podría llamarse gobierno virguería, a juzgar por la dilatada y delicada labor de encaje que ha requerido su investidura, o gobierno jeroglífico, por lo indescifrable de su ejecutoria y la imprevisibilidad de sus resultados. Pues bien, este gobierno está al borde de que le dejen lisiado en su primera incursión en el parlamento. Esta semana inaugural de la cuesta de enero se examinan y en su caso se aprueban dos productos legislativos: la ya famosa ley de amnistía y tres decretos que deben ser validados y  que contienen una purrusalda de normas de carácter fiscal, social y jurídico.

La amnistía se aprobará porque es el pegamento que identifica a la coalición de la virguería: los buenos y progresistas, a favor de la ley; los malos y reaccionarios, en contra, y todos a favor de sí mismos. La mala noticia es que su aplicación queda en manos de los jueces y ya hay un sector de estos que han manifestado su deseo de poner fuera de la ley al gobierno jeroglífico. La paradoja está en que la amnistía beneficiará a la derecha reaccionaria, que votará en contra de la ley, en un plazo previsiblemente no muy largo cuando se vea obligada a pactar con sus homólogos amnistiados de la derecha catalana para ganar el gobierno; ya lo han intentado.

El otro paquete normativo en riesgo versa sobre diversas medidas fiscales que incluyen los impuestos extraordinarios a la banca y las energéticas y la reducción durante el primer semestre del iva de los alimentos de primera necesidad, y de ayudas sociales como  la gratuidad y bonificación en tarifas de transporte público, la prohibición de desahucios en situaciones de vulnerabilidad, o la limitación a las subidas del precio de la tarifa regulada del gas y de la bombona de butano, entre otras. El tercer decreto, llamado ómnibus, incluye medidas de reforma en la administración de justicia, régimen local y mecenazgo, pactadas con la unioneuropea y asociadas a la recepción de fondos europeos por un valor de 10.000 millones de euros.

Todo esto está en riesgo por la oposición de la derecha puigdemontesa catalana, que ha votado a favor de la investidura del gobierno para quebrarle el espinazo a la primera oportunidad, y por la coalición reaccionaria española, que está a lo suyo. Lo social cotiza a la baja entre nuestra clase política, como ya se vio en la legislatura pasada con la milagrosa aprobación de la reforma laboral de doña Yolanda Díaz por el voto despistado de un diputado tonto del pepé.  En aquella ocasión, todos los socios de investidura de don Sánchez votaron en contra, solo para demostrar que el gobierno de izquierda estaba solo, y en una situación análoga se encuentra ahora, en que los circunstanciales aliados nacionalistas catalanes y vascos de todos los colores, empeñados en una disputa doméstica en sus territorios, no han confirmado que vayan a votar a favor. Así que muy bien podría acabar la legislatura este miércoles.

No ocurrirá tal, previsiblemente, porque los partidos, todos, están sumidos en una situación mareante, zarandeados por una realidad erizada de problemas irresolubles y en vertiginosa mutación, en los que la apuesta a ciegas sustituye al análisis y a la programación. Demasiados cambios y demasiado rápidos, en tu país, en tu continente y en todo el planeta, así que el sentido común invita a la prudencia y a la cautela, lo cual hace el entorno más vulnerable a la iniciativa de los patrocinadores de locuras, que los hay y algunos muy exitosos. El narcisismo y la queja son los dos signos dominantes de este tiempo. La primera promueve la pregunta, ¿qué hay de lo mío?, y la segunda lamenta la inevitable falta de respuesta.     

P.S. Dos líneas para recordar al amigo Arnold Taraborrelli, fallecido este domingo pasado, día de reyes. La vida depara algunos momentos dichosos y entre estos se encuentran las ocasiones en que compartimos su compañía con Julio y Sa, a los que llamaba su familia toledana. Arnold, coreógrafo y maestro de actores, dedicó su vida a despertar la armonía, la paz y la gracia en los cuerpos y el ánimo de quienes asistían a sus clases. En privado era un ser cordial y amable, y en su oficio, discreto y laborioso. Lo saben bien tres generaciones de profesionales del espectáculo que se han formado en sus inspiradas enseñanzas.