Don Feijóo quiere ser como don Puigdemont y ha exigido un verificador, mediador, correveidile o como se llame, para las negociaciones sobre la renovación del poder judicial. Pero esa vez no será un sudaca indocumentado, como el que arbitrará las conversaciones con los golpistas catalanes sino un señor, o señora, serio, europeo, que sea capaz de entender las felonías de don Sánchez. Uno de los nuestros, en resumen.

El europeísmo español consiste en echar los problemas domésticos sobre los hombros de Bruselas. No se puede decir que la ocurrencia sea una iniciativa inédita; más bien es una costumbre, diríase que una rutina. Desde el principio de siglo XIX, en los albores del estado constitucional, no hay conflicto entre celtíberos en que no participen agentes extranjeros, a menudo armados, desde Wellington en la guerra civil de afrancesados y castizos so pretexto de combatir a Napoleón hasta Von Richtoffen en la guerra de rojos y azules, sin olvidar al general Eisenhower, que en 1953 convirtió España y a su ultrapatriótico gobierno en un protectorado militar de Estados Unidos, hasta hoy. Esta confianza en la tutela exterior del país, cuyos dictámenes se inclinan siempre a la derecha, permite a los indígenas entregarse sañudamente a dirimir sus diferencias a garrotazo limpio, con las piernas enterradas en el barro común para no perder ni una pulgada de terreno hasta la liquidación, física, si puede ser, de uno de los dos contendientes. En este marco cainita en el que hasta los jueces nacionales están implicados a favor de parte, el árbitro exterior es más que un consuelo, una necesidad.

La idea de don Puigdemont le ha parecido digna de imitación a don Feijóo porque de ese modo las tribulaciones de ambos adquieren proyección internacional -ahora que la opinión europea está absorta en Gaza y Ucrania-, y nada hay más querido entre los niños mal criados que recibir la atención del vecindario en sus rabietas. Por favor, señora, ¿no podría hacer que se callara su hijo? No, no puedo, porque dice que quiere un verificador y no tengo ni idea de lo que es eso y para qué sirve.

Sin embargo, hay matices reseñables entre las iniciativas de los cuñaos trumpistas catalán y español porque no hay dos cartas a los reyes magos que sean iguales aunque pidan el mismo regalo. Don Puigdemont, como es sabido, representa a una nación oprimida y  saqueada por Essspaña, y ha elegido como mediador a un salvadoreño, un ciudadano del Sur global que sabe lo complicados que pueden ser los procesos de descolonización y lo taimados que son los colonizadores. El problema de don Feijóo es de distinta naturaleza: él quiere arrancar a su país de las garras bolivarianas y filoetarras a las que lo ha entregado el felón don Sánchez y para eso necesita en las negociaciones un árbitro de la superliga, que entienda bien lo que es el estado de derecho, la separación de poderes y que los jueces atrincherados en la sede del poder judicial no son lo que parecen, una cuadrilla de aprovechados en manifiesta situación inconstitucional desde hace cinco años, sino los últimos de Filipinas frente a la dictadura de don Sánchez.

En los ejercicios de calentamiento antes de la gran confrontación, verificador mediante, don Feijóo ha convenido con el felón una reforma en el texto del artículo 49 de la constitución española, en el que se sustituye el término disminuidos (físicos, sensoriales y psíquicos) por personas con algún tipo de discapacidad. Es un mínimo cambio literal y sin consecuencias materiales para adaptar la norma al lenguaje inclusivo vigente, que considera que las circunstancias diferenciales de las personas no son sustantivas sino accidentales, lo que no ha impedido cierta pompa y sobreactuación en el anuncio del acuerdo, subrayado por la advertencia de que este cambio textual no será sometido a referéndum. Solo nos faltaba eso, que la sustitución de cojo por persona afectada de cojera hubiera que someterla al soberano arbitrio de la nación después de que en plena canícula vacacional del año 2011 un contubernio del pepé y el pesoe nos chutara con nocturnidad la modificación del artículo 136 de la carta magna que nos transformó de ciudadanos libres en meros deudores de los mercados.

Don Feijóo ha explicado la modificación constitucional con su característica inanidad y ha dicho que teníamos una deuda con ellos, ahora solo falta que no recorte los créditos para las ayudas a estos colectivos cuando esté en el gobierno, aunque no hay que ser muy mal pensado para maliciarse que la modificación le beneficia a él en primer término. Ya nadie podrá decir que es un disminuido político sino una persona con alguna clase de discapacidad para ejercer su función de jefe de la oposición; de otro modo no necesitaría un verificador para hacer su trabajo.

¿Y qué piensa don Sánchez de los verificadores y todo eso? A él le da igual; es un tipo que sabe distinguir lo sustantivo de lo accidental desde mucho antes de que el distingo se recogiera en la constitución. En este momento, su atención debe estar fijada en el estrecho de Bab-el Mandeb, como observa el imprescindible Enric Juliana.

¡¡Felices fiestas y los mejores deseos para las personas aquejadas de alguna clase de curiosidad por lo que se cuenta en este blog!!