El término nación tiene una doble acepción, terrenal y divina. La primera alude al lugar donde has nacido; la segunda designa un territorio mítico cuya legitimidad tiene su origen en un acontecimiento legendario sumido en la niebla del pasado. La primera acepción es a todos los efectos inoperante para constituir una civilidad. La segunda es potencialmente explosiva y claramente divisoria en el eje de coordenadas espacio-temporales. En el espacio porque divide a los convecinos en quienes creen en la realidad fundante del hecho legendario y los que no creen, y en el tiempo, porque el hecho -histórico o legendario, o mezcla de ambos- destacado como fundacional olvida otros ocurridos antes y después, que también son operativos a efectos históricos (todos lo son). La nación mítica se convierte así en un espacio sin mojones y en una historia sin calendario. Si además queremos fundar un estado sobre esta pantanosa base, el problema es irresoluble.

El pacto de pesoecialistas y puigdemonteses, que tiene sublevada a la mitad del país y  mosqueada a una buena parte de la otra mitad, está impregnado de leyenda y su discurso ilustra bien el tránsito de los hechos a las opiniones y de las opiniones a los mitos. Una interpretación cínica de esta evidencia es que don Sánchez, que es un político pragmático, no da la menor importancia a estos relatos porque la política está hecha de respuestas prácticas a las necesidades de cada momento, y probablemente no le falta razón en estos tiempos inesperados. Pero cuando no hay hechos a los que aferrarse, los relatos son un sustitutivo muy potente, que tienen la rara virtud de mantener viva la causa contra toda evidencia empírica. El pesoe ha comprado, como se dice ahora, al menos sobre el papel, el relato estándar del nacionalismo catalán, a pesar de que ahora mismo ese mismo pesoe es la fuerza mayoritaria en Cataluña y debería tener su propio relato.

En la introducción histórica que precede a la parte propositiva del acuerdo se reconoce una evidencia: la sentencia del tribunal constitucional, que enmendó el contenido del estatut de 2006, aprobado con todos los sacramentos legales y democráticos por los parlamentos catalán y español y por referéndum de la ciudadanía catalana, fue el origen del tsunami independentista y los sucesos posteriores, que aspira a zanjar la proyectada ley de amnistía. La sentencia del constitucional respondía a un recurso del pepé y ponía en evidencia el sesgo partidista del alto tribunal (esto último no lo dice el acuerdo, es una opinión de este escribidor). Hasta aquí, los hechos.

La leyenda viene a continuación, cuando se lee en el texto a renglón seguido: con la aprobación de un nuevo Estatut, la sociedad catalana, que lo refrendó, buscaba tanto el reconocimiento de Catalunya como nación como la solución a las limitaciones del autogobierno y a los déficits acumulados. Reivindicaciones y demandas con un profundo recorrido histórico y que han adoptado diferentes formas desde que los Decretos de Nueva Planta abolieron las constituciones e instituciones seculares de Catalunya. De modo que el malogrado estatut no pretendía tanto dar respuesta a la actual sociedad catalana sino reparar un presunto error histórico cometido en 1716. El onze de setembre, en que se recuerda aquel acontecimiento, es el día de la primera comunión del nacionalismo catalán. El lector puede hacer una prueba personal de memoria: ¿qué ocurrió el día de su primera comunión?, ¿qué efectos en su vida se derivaron de lo ocurrido aquel día?, ¿qué queda de aquella fecha que no sea una foto del comulgante con traje de marinerito o de novia, indumentaria que quiere evocar una inocencia que nunca existió? Los decretos llamados de nueva planta permitieron la participación de Cataluña en las empresas de Indias y fueron la base política del desarrollo y de la ventaja económica que aún disfruta respecto a España, o para ser más precisos, sobre Castilla, excepción hecha de Madrid, el reino de doña Ayuso, que también quiere independizarse mediante el procedimiento de absorber hasta el tuétano a todo el resto del país. En resumen, los puigdemontistas et alii consideran una catástrofe lo que fue el inicio de la modernidad y la prosperidad de la región, y ahí les duele a nuestros irredentos e infatigables carlistas.

Lo relatado hasta aquí ocurre en el extremo oriental de la vertiente subpirenaica, pero hay ejemplos en el extremo occidental. El pasado ocho de septiembre se celebró en esta remota capital de provincia el sexto centenario de la unificación de los burgos medievales en una sola entidad administrativa, ordenada en 1423 por un decreto del rey francés Carlos III. Es un modesto festejo doméstico al que, para darle relumbrón, la alcaldesa invitó a nuestros amados reyes, don Felipe y doña Letizia. Por supuesto, los de bildu, que tan entretenida tienen a la derecha madrileña, no acudieron a los actos de celebración. Y también tenían una afrenta histórica para justificar su ausencia: en palabras de don Joseba Asirón, líder del partido e historiador, la monarquía española impidió que aquella ciudad unificada (que un jubilado en mediana forma puede recorrer hoy a pie de extremo a extremo en menos de quince minutos, si sobrevive a ciclistas y patinadores) fuera una capital europea, abierta al Renacimiento, con unas instituciones modernas y unificadas, el germen de una futura universidad, una imprenta como instrumento de difusión de las ideas y la cultura, y una flamante catedral, equiparable a las más brillantes de Europa. No sabemos en qué fuentes ha bebido don Asirón para sacar estas soñadoras conclusiones de historia contrafáctica, que se resumen en aquello de que Navarre shall be the wonder of the world, que escribió William Shakespeare en Trabajos de amor perdidos, donde, al parecer, el bardo de Strattford-upon-Avon ya se cachondeaba de nuestros carlistas.

Don Sánchez ha uncido su destino a fuerzas políticas que habitan en esta bruma histórica y lo ha hecho sin más pertrechos que la confianza que tiene en sí mismo. Esta es una de las  incógnitas de la legislatura que acaba de iniciarse. Y, para ser justos, tiene razón el independentista catalán que dijo: en España es más fácil conseguir la independencia que crear un estado federal.