¿Quién es don Nicolás Redondo Terreros? Nadie. Un has been. Una psicofonía. El eco mortecino que brota de una cavidad histórica deshabitada donde ya no se encuentran más que fósiles. Y sin embargo, los bisoños bolaños del pesoe han decidido honrarle con la expulsión del partido, como cuando un ayuntamiento o una diputación decide despojar del título de hijo adoptivo a un prócer que hace décadas que no está en el mundo de los vivos.

De acuerdo con la norma estatutaria, don Redondo Terreros se ha ganado la expulsión con méritos acreditados porque hace años que trabaja para la competencia pero ¿qué significa la expulsión de un recinto cerrado en un mundo abierto? Queda en una decisión rancia, inane. El argumento para la expulsión lo confirma: su reiterado menosprecio a las siglas en que militaba. ¿Se milita en una sigla? El compromiso ya no es con el ideario, el programa o los camaradas, como antaño, sino con el logotipo. Hace un par de años don Redondo ya fue objeto de un expediente disciplinario compartido con su compadre don Leguina cuando ambos pidieron el voto para doña Ayuso a la presidencia de Madrid. En aquel lance, don Leguina fue expulsado por contumaz pero don Redondo resultó absuelto porque pidió disculpas por su acción. Pedir perdón es también un hábito muy apreciado en este tiempo. Primero, orinas copiosamente sobre las cabezas del público y, cuando te llega el runrún de las protestas, pides perdón por si alguien se hubiera sentido ofendido, y ya está. Lo hizo don Juan Carlos I y la clase dirigente le imita en cada ocasión, lo que demuestra el ascendente moral que tiene la monarquía.

La expulsión de don Redondo Terreros ha servido de bandeo de campanas en la procesión de los socialistas históricos como milicia de veteranos adscrita al asedio de la fortaleza sanchista, que dirige don Aznar. En el pesoe llega un momento inevitable en el que te conviertes en histórico. Lo fueron don Rodolfo Llopis y los socialistas del exilio, cuando don Felipe González, que era un chaval y no era socialista, se hizo con la sigla y los mandos del partido en 1974. Entonces empleó la misma resolución y contundencia que ahora exhibe don Sánchez y eso duele. Sánchez, malo. Don González se ha vindicado con una historieta de cuando entonces: él no expulsó a don Nicolás Redondo padre, líder de la ugeté y organizador de una muy exitosa huelga general contra el gobierno que presidía.

Lo que no cuenta el galápago histórico es que no expulsó a don Redondo padre porque hacerlo, además de inútil, hubiera supuesto pegarse un tiro en el pie. La fraternidad de partido y sindicato fundados por don Pablo Iglesias el Viejo estaba definitivamente rota. La gente guapa y el mundo obrero estaban ya separados por un abismo que no ha cesado de acrecentarse desde entonces. Pero en aquel momento el líder sindical tenía un carisma y una autoridad moral entre el electorado socialista de las que carecía el entonces presidente del gobierno. Si lo expulsaba, se quedaba sin soporte partidario; seguramente sopesó hacerlo pero lo seguro es que no ha olvidado la afrenta de la huelga.

Fue el catorce de diciembre de 1988 y estuvo provocada por las primeras medidas contra las conquistas económicas y sociales de los trabajadores, lo que luego, con mayor conocimiento de causa, llamaríamos neoliberalismo: abaratamiento del despido, empleo precario para los jóvenes, congelación de las pensiones. El país se paralizó, en gran medida por un efecto mágico: un trabajador de la televisión pública desconectó la señal a las cero horas en punto y provocó un apagón informativo nacional que tuvo un efecto multiplicador en una sociedad acostumbrada a hacer lo que dicta la tele. El gobierno cedió a las demandas de los huelguistas pero a la larga la huelga no detuvo la historia: los recortes laborales terminaron implementándose, el pesoe perdió la mayoría absoluta meses después y los sindicatos iniciaron un largo declive que llega hasta hoy.

En política, lo más difícil es prever los efectos que provocan las decisiones pero en este caso se puede decir con bastante seguridad que la murga de los socialistas históricos no tendrá ningún efecto en la ruta que vaya a tomar don Sánchez. El riesgo está en los acantilados donde le espera don Puigdemont. Este personaje no parece un corrupto, como lo era don Pujol, que responda a la fórmula de peix al cove, y diríase que no tiene más preocupación que vindicarse como figura histórica. Exiliado o prófugo, al gusto, con un diminuto partido detrás, enfrentado a sus compañeros de viaje procesista de esquerra, necesita torcer el brazo del gobierno español porque es obvio que carece de autoridad, fuerza y representatividad políticas para sellar un compromiso histórico, como se ha dicho. Va a ser una negociación muy gestual, a la que la miríada de partidos y partiditos que secundan al gobierno de progreso va a permanecer atenta para sacar del morral su propio pliego de demandas. Ya lo han hecho las podemitas: doña Montero ministra, mil quinientos euros de salario mínimo y congelación de los alquileres si quiere mis votos.

Y dos huevos duros, como le gustaba repetir a don Felipe González, el último marxista-grouchista.

Que sean tres.