El viejo vuelve a casa con la barra de pan y se cruza con un contemporáneo acomodado en una silla de ruedas eléctrica que viene de frente, a la sombra de los castaños de Indias que jalonan la acera. Durante un segundo se dedican una muda e inexpresiva mirada de reconocimiento mutuo. Ya de espaldas uno del otro, ambos quedan a merced de los recuerdos que ligan sus biografías. Al viejo del pan le asaltan cuatro momentos que, por alguna razón, quedaron impresos en su memoria y los da por verídicos, acaecidos por este orden cronológico.

Primero. Colegiales en fila india desfilan por una de las galerías del colegio de los escolapios: batas de rayadillo, bisbiseos y esa suerte de nerviosismo que los niños no pueden evitar. Al otro lado de los ventanales, el colegio ha emprendido obras de ampliación pero ha ocurrido un llamativo incidente: una gran viga metálica que debería sostener el piso que están levantando se ha curvado. El cura que pastorea la fila salta sobre uno de los colegiales y le estampa un bofetón. Del colegio no se ríe nadie, sentencia el cura. ¿Se había reído el chico que sesenta años después va en silla de ruedas? Y, de hacerlo, ¿era la avería de la obra la causa de la presunta risa?   

Segundo. Ya fuera de los muros del colegio, a los dieciséis o diecisiete años, el viejo del pan y el de la silla de ruedas forman parte de un grupo de teatro de aficionados, que, entre otros desvaríos, sube al escenario una obra de Ionesco que nadie entiende, ni ellos tampoco. Al final, el nudo lo deshizo la pericia de un vendedor de equipamiento eléctrico, que llegaría a ser una de grandes figuras del teatro catalán del último tercio del siglo pasado.

Tercero. El discípulo abofeteado primero y eventual actor después llegó ser prior de la hermandad de penitentes que procesionan con la virgen y el cristo en viernes santo, y se lamentaba en el periódico de que durante sus años de mandato en la cofradía la lluvia había impedido las procesiones.  

Cuarto. Los protagonistas de esta historia fragmentaria se cruzan en la calle, quizá por última vez, negándose el reconocimiento mutuo, ocultándose a sí mismos.

Cuatro hitos que podrían componer una novela o un libro de cuentos pero que quedarán flotando en la memoria, cada vez más leves y débiles, hasta su extinción. Un desperdicio de materia literaria, un desperdicio de vida.