La actualidad del ferragosto está tapizada de tetas y puede decirse que es el segundo tema de debate estival después del misterio del liberalismo de don Espinosa de los Monteros. Tetas femeninas, por supuesto; la prominencias mamarias que exhibimos los viejos orondos en la  piscina no son objeto de la agenda mediática. Hay tetas que son meros excesos carnosos y otras que son símbolos de una época. Hablamos, pues, de las segundas en este tiempo de géneros líquidos. Una cantante ha mostrado su pecho en un concierto y el acontecimiento desata una ristra de comentarios sesudos y contradictorios.

Un periódico titula así la noticia: el destape de Amaral o por qué mostrar las tetas cuando ‘no toca’ sigue desafiando al patriarcado. Es curioso cómo cambian las costumbres porque hace cuarenta y cinco años el patriarcado no se sentía desafiado sino complacido en situaciones análogas, como atestigua la imagen de don Tierno Galván y doña Susana Estrada, dos figuras del retablo de la transición, en cierto acto social muy postinero. Aquella performance de destape conservaba el aroma picantón de los cabarés de época y era una viñeta de La Codorniz: el vejete ataviado con terno decimonónico y la vedette a la que, ay, se le ha deslizado el borde de la blusa que guarda su pudor. Tápese, le dijo don Tierno a la dama, no vaya a coger frío. Susana Estrada fue una de las pioneras, en su ámbito profesional del espectáculo, de lo que entonces se llamaba la liberación de la mujer y fue procesada y privada del pasaporte y del voto durante nueve años (por el pesoe, el partido al que pertenecía don Tierno, que fuera alcalde de Madrid) por un presunto delito de escándalo público en un consultorio sexual que dirigía en la revista Play Boy, recién publicada en español.

Las tetas han perdido su carácter subversivo y es necesario que las planten en las narices de un cardenal primado, como hicieron las chicas de femen con don Rouco Varela, para que recuperen cierto brillo revolucionario, que se desvanece en pocas horas sin efecto alguno. Este declive de las tetas como herramienta política no impide que conserven su potencial turbador, como demostró el baboseo despertado en la derecha política y mediática por la ministra doña Ione Belarra el día en que acudió sin sujetador a una sesión del parlamento. Y, como toda anécdota tiene un precedente legendario, ahí estaban periodistas y políticos asomados sobre su atril como los viejos sobre la barda del jardín de Susana (Estrada, no; la otra, la de la Biblia).

Este aparente declive de las tetas tiene lugar en un contexto de ñoñería muy extendido en el que se reprueba la lactancia en público y los jóvenes desertan del nudismo de vacaciones. El escribidor no tiene una explicación a este asunto ni ganas de investigarla porque estamos en agosto, pero quizá se pueda decir que la desnudez es un síntoma de despojamiento y pobreza y en una cultura de capitalismo exultante nadie quiere parecer pobre ni desposeído. La desnudez evoca indefensión y, en verano, cáncer de piel. De alguna manera, somos una sociedad de desvalidos que necesitan parecer opulentos, desconfiamos de nuestros vecinos y del gobierno, estamos solos y no es cosa de privarse de defensas, y la última defensa es la ropa interior. Nos lo recordaban nuestras madres: lleva la muda limpia por si tienes un accidente.