En España siempre ha pasado lo mismo: el reaccionario lo ha sido de verdad y el liberal ha sido muchas veces de pacotilla (atribuido a Pío Baroja).

Comida de amiguetes –restaurante de vitola, menú mejorable- para celebrar que la coalición reaccionaria no alcanzara mayoría para formar gobierno en las pasadas elecciones generales. El próximo encuentro gastronómico se celebrará si don Sánchez consigue hilvanar su segundo gobierno Frankestein. El tema de entretanto es la espantá de don Espinosa de los Monteros. La serpiente del lago Ness de este verano, que ha dado lugar a sesudas divagaciones sobre las dos almas que anidan en vox. A Quirón esto del alma le lleva hasta Platón. Si eres viejo y además filólogo en lenguas clásicas, todo está escrito desde la antigüedad y lo que nos ocurre a los modernos no es sino una repetición anecdótica de lo soñado por los clásicos. Lo cierto es que no hace falta remontarse muy atrás en la historia para comprender la banalidad de los argumentos que han querido explicar la marcha de don Espino con eso del alma liberal y el alma nacionalcatólica que pugnan en el partido neofascista.

Don Espino ha dado un portazo al partido que ayudó a fundar porque el artefacto ha dejado de ser funcional para que él llegue a ministro. Don Espino pertenece a una familia que ha estado en el poder político y económico del país desde Felipe II y lógicamente sus ambiciones son mayores y más sofisticadas que la de los parvenus que engrosan las filas del partido facha. A los miembros de estas inveteradas clases extractivas y rentistas aquí se les llama liberales, no se sabe por qué, quizá porque don Espino puede ganarse muy bien la vida en cualquier actividad donde flote el dinero –por ejemplo, vendiendo viviendas cuquis sin licencia de habitabilidad– y no necesita ser concejal ni enfangarse en tal o cual estrategia de partido para ganar una batallita insignificante. De hecho, apoyó la gamberrada de presentar a don Tamames para una moción de censura de género bufo, lo que demuestra su respeto por las reglas del juego democrático y de paso la fe que tiene en sus correligionarios. La escritora conservadora Anne Applebaum es autora del libro El ocaso de la democracia en el que intenta explicarse el ascenso del trumpismo en el mundo occidental y dedica un largo capítulo a la eclosión voxiana en España en el que el interlocutor de la autora es don Espinosa de los Monteros (sin duda porque es el único que habla inglés entre los prebostes del partido) y este se retrata cuando explica a Applebaum la estrategia de la toma del poder sobre el mantel de un restaurante en el que tazas y cubiertos, ubicados aquí y allá, representan las fuerzas en pugna. Todo fácil de explicar, fácil de entender y fácil de ejecutar, hasta las elecciones del pasado veintitrés de julio.

Vox ha quedado hecho unos zorros, lo que es motivo de satisfacción. No solo ha perdido diecinueve escaños y su fuerza agregada no da para una mayoría de gobierno sino que el menguado grupo parlamentario resultante ha perdido relevancia para la política ordinaria porque no podrá activar mociones de censura ni recurrir ante el tribunal constitucional las leyes que apruebe el parlamento (el arma preferida de la derecha para torpedear el sistema parlamentario y burlar la voluntad popular). Pero hay más: vox ha sido el factor principal de la derrota electoral de la derecha porque fueron las machadas de su gente en los gobiernos autonómicos recién constituidos los que pusieron en evidencia la amenaza que se cernía sobre la sociedad y despertaron el voto de la izquierda. Pero volvamos al discurso platónico en el que se han ejercitado los comentaristas estivales, según el cual, si don Espino representa el alma liberal, don Buxadé, secretario general del partido, encarna el alma ultramontana. Veamos.

Es cierto que don Buxadé es un dinosaurio del parque jurásico nacional; uno de esos tipos cuyo adeene político parece haberse extraído de una cápsula de ámbar alojada en un estrato geológico profundísimo, que sacudió el fracking del prusés catalán. Falangistaydelasjons y católico a machamartillo, parece un destilado de joseantonio y el cardenalsegura. Estos genes habitan en una ínfima minoría de nuestros compatriotas y solo con este patrimonio genético no se llega muy lejos en la escala social. Lo que ha encumbrado a don Buxadé es su condición de abogado del estado. No es raro que los miembros de este cuerpo de funcionarios de elite, que tienen el empleo fijo para toda la eternidad, decidan saltar a la política para demostrar a los ignaros cómo debe dirigirse el estado. Se gustan a sí mismos y quieren que los demás lo sepan y lo  aprecien. Normalmente tienen una entrada fácil en el tinglado y una ejecutoria difícil. Los ejemplos recientes son numerosos: doña Soraya Sáenz de Santamaría, doña Macarena Olona, don Edmundo Bal y ahora don Jorge Buxadé, todos ellos encarnaciones de una chapuza política.

Pero a los viejos del lugar la imaginaria dualidad que opone a liberales y ultramontanos machihembrados en un mismo partido no nos resulta extraña porque fue un artefacto de este tipo el que pilotó la transición a la democracia. La ucedé, que así se llamaba el partido del régimen, era un conglomerado de funcionarios de la dictadura y de beneficiarios de sus políticas, identificables como falangistas unos y liberales los otros. En la ucedé  eran falangistas Suárez, Abril Martorell, Martín Villa, Rosón et alii, y liberales, en genérico, los Garrigues Walker, Fernández Ordóñez, Alzaga,  Lavilla, etcétera. Este conglomerado trajo la democracia porque en aquel momento era la única salida a sus intereses históricos y ahora sus vástagos, que se definen osadamente como constitucionalistas, quieren recortarla por la misma razón. En ambas circunstancias, con cuarenta y cinco años de distancia, el buen pueblo ha tenido el mismo papel, decisivo y pasivo a la vez. Entonces su voto se dirigió a impulsar la democracia; ahora, para impedir que la destruyan. Quizá haya llegado la hora de que esta turbia mezcla de liberales de pacotilla y reaccionarios de verdad dejen de marcar la pauta de nuestra historia.

De sobremesa, los comensales brindaron con gin tonic, poco cargado, ay.