Las muestras de sorpresa y escándalo que se han visto y leído estos días a cuenta del fulminante pacto pepé-vox en la comunidad valenciana forman parte del teatrillo obligado por la época. El acuerdo entre estas dos fuerzas de derecha estaba cantado porque ambas proceden de la misma matriz histórica y se informan de los mismos valores reaccionarios aunque se distingan en las formas que exhiben en sociedad. Cuestión de modales; ahora el problema queda reducido a que los voxianos aprendan a sorber la sopa sin hacer ruido, porque desde luego la sopa se la van a cenar.

La historia reciente de Europa nos dice que es más probable la conversión de los conservadores en fascistas que la entente entre fuerzas de izquierda, como también estamos experimentando estos días. Las innumerables izquierdas discuten entre sí incluso con el pelotón de fusilamiento apuntándoles a la cara, y en esas estamos, a la espera de la victoria final. Dejémonos, pues, de comentar lo obvio y dediquémonos a lo recreativo. Por ejemplo, el lenguaje.

El programa del nuevo gobierno de la comunidad valenciana  es breve –como corresponde al laconismo militar de nuestro estilo– y se contiene en apenas cinco puntos a los que con pompa joseantoniana  llaman ejes estratégicos, que, en efecto, parecen redactados por un sargento chusquero de los de antes. Helos aquí: 1) libertad para que todos podamos elegir; 2) desarrollo económico para reducir gasto innecesario e impulsar la economía; 3) sanidad y servicios sociales para reforzar la sanidad pública y los servicios sociales, 4) señas de identidad para defender y  recuperar nuestras señas de identidad; 5) apoyos a las familias para fomentar la natalidad, seguridad y promoción de las familias.

Al primer vistazo, estos ejes estratégicos son una sarta de tautologías, figura retórica que consiste en repetir un pensamiento expresándolo con las mismas o similares palabras. Cualquier escolar en los primeros cursos de lengua aprende que la cosa definida no puede estar en la definición. Es propio de tontos enunciar  desarrollo económico para desarrollar la economía, sanidad para reforzar la sanidad; señas de identidad para recuperar las señas de identidad. La tautología tiene un efecto especular: el primer término de la proposición convierte la cosa en palabra, y el segundo término, la palabra en cosa. Un burro es un burro. De este modo el lenguaje pierde sus cualidades propositivas, analíticas o performativas, es decir, emancipatorias, y mineraliza no solo aquello a lo que se refiere sino a los hablantes que lo utilizan.

Pero esto ocurre en el nivel literal del lenguaje, que siempre se da en un determinado contexto semántico y contiene un subtexto que ha de tenerse en cuenta para entender el verdadero significado del mensaje. En una lectura más atenta, lo que predica el nuevo gobierno valenciano en sus ejes estratégicos es: libertad para saltarnos la ley, como hemos hecho en la rebaja de los controles sanitarios al ganado en Castilla y León y en los acuíferos de Doñana en Andalucía; reducción del gasto público con fines sociales para subvencionar los beneficios de las empresas y la fiscalidad de las clases altas, como hace doña Ayuso en Madrid; sanidad privada como servicio público; señas de identidad para reforzar nuestro propios mitos, y apoyo a la familia tradicional como entidad reproductiva. Los que estén fuera de este perímetro que vayan con ojo. Un burro es un burro, pero da coces.

P.S. El pacto de la derecha ha solventado con extraordinaria celeridad y pericia el obstáculo más estridente. Los valencianos no tendrán a un maltratador machista convicto en la vicepresidencia del gobierno regional; el honor lo heredaremos todos los españoles cuando sea elegido diputado al congreso dentro de unas pocas semanas.