En 1946, al término de la segunda guerra mundial, surgió en Italia el qualunquismo, una ideología gaseosa de cariz monárquico, populista y anticomunista, que derivaba su nombre de l’uomo qualunque, el hombre corriente, al que decía defender frente a las nuevas fuerzas impuestas tras la derrota del fascismo y el recién instaurado orden constitucional, republicano y democrático. Este partido duró poco en el escenario político, pero quedó como  ejemplo de la nostalgia que sobreviene a la sociedad cuando esta se ve sacudida por un fuerte cambio histórico. La nostalgia es un sentimiento apoyado en las trampas de la memoria y carece de empuje para articular el futuro, pero parece inevitable en momentos de mutación, cuando la derecha descubre que su ideología tradicional no le sirve para entender, y mucho menos dominar, la nueva realidad.

En este estado de incertidumbre y perplejidad, la derecha española ha descubierto el bilduísmo, un breviario ideológico que se resume en la consigna: todo lo que no somos nosotros, es bildu o eta, término este último más truculento que el primero. El mensaje es simple y arrollador y da por supuesto, como ocurrió con el qualunquismo en Italia hace ochenta años, que la ciudadanía está tan traumatizada por la situación que la consigna va a penetrar en la opinión pública como un cuchillo en la mantequilla.

Hace tiempo que las capas conservadoras de la sociedad están sumidas en una confusión que podríamos llamar terraplanista y, si han llegado a creer que la culpa de todos nuestros males las tiene Bill Gates o George Soros, ¿qué inconveniente hay en que crean que la maldad del sanchismo está inspirada por eta?  El bilduísmo de la derecha adolece de los mismos rasgos que su precedente italiano: es monárquico, populista y anticomunista, porque hay cosas que vuelven siempre, aunque sea en clave paródica. Pero lo que verdaderamente caracteriza a esta ideología brumosa es un malestar sin respuesta en el que han escarbado y medrado los voxianos hasta el punto de poner en peligro la hegemonía electoral de la derechadetodalavida, dejando en ridículo al tardo don Feijóo y elevando a la cresta de la ola a la vertiginosa doña Ayuso.

La izquierda –ya sea estatal, federal, abertzale o mediopensionista- debería ser consciente del desafío y actuar en consecuencia. No es probable que eso ocurra porque, en primer término, las distintas fuerzas que operan en el hemisferio a sinistra tienen visiones divergentes de la realidad y tanto más divergentes cuanto más a la izquierda se sitúen. Al menos, deberían tomar nota de la proclamada amenaza de que serán ilegalizados si la derecha bilduísta obtiene la fuerza suficiente. Pero la izquierda es fértil en estrategas de chichinabo que solo advierten de un alud cuanto están enterrados bajo diez metros de nieve. De momento, deberían oír el crujido del suelo bajo sus pies.

¿Y de dónde procede el bilduísmo?, preguntará un marciano recién aterrizado en este corral. Con la autoridad que da al escribidor ser vecino de una remota ciudad subpirenaica en la que bien puede ser elegido alcalde un bilduarra, diremos que bildu es el carlismo en estado de reposo. Pondremos en antecedentes al marciano curioso y le explicaremos que el carlismo es un movimiento surgido en el primer tercio del siglo XIX como respuesta tradicionalista a las flaquezas e insuficiencias del estado liberal, que se echa al monte periódicamente, como un golpe de fiebre, para volver al estado de latencia cuando ha perdido la partida, como ocurrió hace más de una década después de que el estado venciera a eta. Bildu es un atavismo correoso como lo es el partido de la perpetua restauración de don Fraga Iribarne, don Aznar y doña Ayuso, con el que en ocasiones históricas coinciden contra el gobierno progresista: la última, cuando el carlismo peninsular en todos sus avatares y siglas votó en contra de la reforma laboral del gobierno de don Sánchez.

El bilduísmo de la derecha persigue acabar con este gobierno, un objetivo que deja frío a bildu porque, de no ser así, no hubieran perpetrado el desafío de poner a ex convictos de asesinato en sus listas electorales, a sabiendas de que este gesto perjudicaría más al gobierno socialcomunista, lagarto, lagarto, que a ellos mismos.