Algunas proyecciones demográficas y económicas hasta el final de este siglo del que ya llevamos cumplido el primer cuarto, y que experimentarán nuestros hijos y nietos, inducen a la convicción de que la unión europea  no es una opción entre otras igualmente deseables sino una necesidad ineludible. Los países que forman el mosaico europeo, antaño imperios planetarios, serán al cabo de unas pocas décadas insignificantes. El peso de la población europea  en relación con la población mundial  ha decrecido a la mitad entre 1950 y 2010, del 22 a 11 por ciento, y a fin de siglo habrá caído al 6 por ciento. En ese momento, la población de Asia representará el 43 por ciento y la de África, que hoy nos parece un continente deshabitado, acogerá al 39 por ciento de la población mundial. Si esta proyección demográfica se cruza con otras de carácter económico y tecnológico encontramos que al cabo de unas pocas décadas el número de graduados universitarios en China será superior a la totalidad de la población europea de todas las edades. Este horizonte nos dice que va a ser necesario un fuerte esfuerzo para conservar nuestro modo de vida. El debate está en marcha y a fin de analizar las condiciones y circunstancias de este esfuerzo europeísta, la Biblioteca de Navarra celebra un ciclo de encuentros con el título Europa, ¿qué futuro?

La  Unión Europea es una construcción entre estados. No hay un demos europeo que la legitime con sus votos, y la prueba es que la llamada constitución europea no pudo entrar en vigor después de que sendos referendos en Francia y Países Bajos la rechazaran en 2005. En las naciones que conforman la Unión se registra una querencia mayoritariamente favorable al statu quo y son más los que quieren estar ella que los que quieren irse, pero este estado de ánimo está al albur de mutaciones de la situación internacional que los europeos no controlan. En origen (hablamos de 1952), lo que hoy es la Unión fue un acuerdo interestatal para resolver los conflictos domésticos de la parte occidental del continente, empezando por las interminables guerras entre Francia y Alemania, mediante la creación de una superestructura para el comercio del carbón y del acero, que con el tiempo ampliaría sus competencias, su aparato normativo y los países miembros. En este marco de pacificación interna y de mejora constante de las condiciones de vida de las poblaciones de los países miembros el proyecto ha sido exitoso. Ahora se enfrenta al desafío de tener una voz propia en un mundo nuevo, muy distinto al de hace setenta años, para lo que necesita la legitimación de la ciudadanía, que es la que da fuerza al poder político en un sistema democrático.

No es un reto fácil para un proyecto de tal envergadura porque es este un tiempo en el que abunda la desafección política, los intereses cruzados y dispersos, y la desorientación sobre los objetivos comunes. El Brexit es un ejemplo; la guerra de Ucrania, otro, y la relación con China y demás potencias emergentes, otro. La Conferencia sobre el Futuro de Europa, celebrada en Bruselas en mayo del año pasado, definió las preguntas y apuntó algunas respuestas. Es el tema sobre el que versará el segundo encuentro del ciclo bajo el titulo ¿Qué esperamos de Europa? Oportunidades y desafíos de la Unión Europea en un mundo cambiante, a cargo de Alicia Chicharro, profesora doctora de Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales de la Universidad Pública de Navarra e investigadora de las instituciones europeas y y del modelo político de la UE. El acto se celebrará mañana martes 25, a las 19.00 horas, en la sede de la Biblioteca (Paseo Antonio Pérez Goyena, 3. Pamplona).

Conferencia completa.