Tal vez no sea fruto del mero azar que un país haga coincidir en las mismas fechas su ingreso en la otan con un vuelco electoral del gobierno hacia la derecha. La organización militar que encabeza Estados Unidos responde a una época muy concreta del siglo pasado, caracterizada por un peligro difuso y universal y un aglomerado de estados europeos impregnados de resentimiento nacionalista de diverso orden. Los occidentales, por la evidencia de su pérdida de poder global a causa de la segunda guerra mundial y la emancipación de las colonias de ultramar; los orientales, por la ocupación de sus países por el enemigo histórico. ¿Volvemos a la casilla de salida gracias al pérfido Putin? Lo ocurrido en Finlandia podría responder sí a esta pregunta.

Finlandia fue durante sesenta años una mancha blanca en el mapa de Europa. Neutral o no alineado era el nombre oficial de su posición geopolítica pero subterráneo sería un adjetivo más apropiado porque el laborioso y cohesionado pueblo finlandés había excavado una colosal red de túneles y refugios donde la población bien podría seguir con su vida y asegurar su supervivencia mientras en la superficie ocurría una guerra que entonces no se imaginaba de otro modo que como destrucción mutua asegurada (mad, loco, por sus siglas en inglés).

Tampoco debió ser casualidad que la capital finesa sirviera de escenario para los Acuerdos de Helsinki (1975), la primera señal de deshielo de la guerra de la que querían protegerse los finlandeses en sus túneles. Aquel acuerdo internacional (el primero que también firmó el régimen dictatorial de Franco, meses antes de la defunción del dictador) estableció la inviolabilidad de las fronteras europeas y el rechazo a  todo uso de la fuerza y toda injerencia en los asuntos internos de otros países. Putin se ha encendido un puro con el papel de este acuerdo. (En 2008 lo había hecho Estados Unidos y la otan, cuando amputaron el territorio de Kosovo de la república de Serbia).

Cuando Finlandia salió del túnel se reveló como un país europeo estándar y, al poco de la implosión del bloque soviético, ingresó en la unioneuropea (1995) y siguió las rutinas de este espacio político, con el que comparte la inquietud y el vaivén de esta era de la incertidumbre. La dupla de derechas que ha ganado, por poco, las elecciones a la socialdemócrata doña Sanna Marin parece un calco de la parejita pepé + vox. He aquí un fenómeno telúrico: en ambos extremos del continente europeo – la tierra de los innumerables lagos y la tierra de la pertinaz sequía- el electorado se mueve por las mismas pulsiones. Hace unos pocos días, don Sánchez y doña Marin se fotografiaban juntos, confiadamente; ahora, la segunda ha desaparecido de la foto. Don Sánchez, ocupado en altas misiones internacionales, debe estar preguntándose qué ha pasado.

Los socialdemócratas se manejan mal en los conflictos bélicos; por doctrina política y cálculo existencial rechazan la guerra y, cuando esta estalla, se encuentran en el dilema de traicionar sus principios o a sus intereses. Abundan los ejemplos históricos de este conflicto. En 1914, el gran patriarca del socialismo francés, Jean Jaurès fue asesinado para cancelar las resistencias a la inminente primera guerra mundial. En 1940, el belicoso e imperialista Winston Churchill fue nombrado primer ministro británico con los votos laboristas. Ahora mismo, los dirigentes socialdemócratas europeos parecen desubicados. El alemán Scholz parece estar haciendo lo que no quiere y don Sánchez se esfuerza para disipar la mínima duda sobre el papel que asigna a España en la guerra de Ucrania. Los belicistas más conspicuos son socialdemócratas: el sueco Jens Stoltenberg al frente de la otan y el español Josep Borrell, el jefe de la diplomacia europea, que ya ha extendido el frente ucraniano hasta China.

Pero el malestar de las sociedades europeas no decrece. El jogo bonito de la izquierda no funciona; al menos, no con el grado de eficacia y contundencia que podría esperarse. Quizá porque sus políticas son demasiado atildadas en este tiempo recorrido por el temblor de lo desconocido; quizá debido a que ha desaparecido la idea de futuro y estamos en un presente continuo en el que cualquier cosa puede ocurrir en el minuto siguiente; quizá porque el desorden neoliberal abre paso a barbarie; quizá la fortuna ha derrotado definitivamente a la virtud.