Este viejo se regala cada día con la visión de una película de tiempos tan remotos como su edad, traída en una de esas plataformas digitales que llevan la cinemateca universal a casa, como si fuera una pizza. Unas veces, las más, revista una película ya conocida y medio olvidada y otras, las menos, ve alguna que escapó a su atención cuando se proyectó en las salas oscuras de la era analógica, y en ambos casos le envuelve una sensación de cálido asentimiento.

No hay películas buenas y malas porque a la edad tardía el espectador necesita absolverse a sí mismo y no es de recibo que juzgue la materia que le mantiene vivo. Es verdad que en este principio general hay excepciones y algunos filibusteros están proscritos, pero, curiosamente, el vejete encuentra placer en traerlos a su presencia para increparles: ¡qué fatuo eres, Jean-Luc! o ¡qué tocapelotas estás hecho, Lars! o ¡qué pesadito te pones, Michelangelo!

De esta escena se desprende una absorbente atmósfera familiar. El espectador, en la soledad de su cubil, forma parte de la película  y ve el desarrollo de la historia como un álbum de fotos de su propia vida. Esta abducción al mundo de las sombras luminosas tiene un efecto remarcable tras el último fotograma y la palabra fin. El viejo busca en internet si los intérpretes de la película que acaba de ver siguen vivos, como si fueran parientes de quienes no sabe nada hace tiempo. Por razonas cronológicas obvias, bastantes están muertos, y son más en esta condición a cada día que pasa. Entonces, el vejete compara con su propia edad el tiempo en que las sombras tuvieron carne y huesos, y esta deriva mental  le trae la fantasía de que un día podrá estar, dios sabe cómo, con Delphine o  Gloria o Julie, bueno, basta ya de bobadas.

Llegados a este punto, la curiosidad del espectador terminal se dirige también hacia los actores secundarios, esas caras familiares sin nombre y sin cuyo concurso no habría historia y en las que  el vejete encuentra una extraña forma de fraternidad. Ayer mismo, ¿cómo se llama ese actor de apariencia mínima, que fue marido de  Jessica Tandy, la de Paseando a Miss Daisy, cómo se llama, caray? Si el intérprete pertenece a la industria de Hollywood es muy probable que su existencia real esté documentada en la wiki. Es Hume Cronyn (1911-2003), vaya, otro difunto. Pero, ¿qué ocurre cuando el actor o actriz pertenece al menesteroso cine español?, ¿quién los reivindica, quién se acuerda de ellos?

Asier Gil Vázquez es un joven académico adscrito a la Universidad Carlos III de Madrid y dedicado a la arqueología del cine español. Por lo general, su labor científica se centra en investigar qué representaban los personajes de ficción y no quiénes eran los cómicos que les daban apariencia y voz en la pantalla; estudia las sombras y no los cuerpos. En ocasiones, no es una elección sino una exigencia de los hechos porque no queda del actor o actriz investigado más que sus personajes, ni rastro de su vida real.  Asier Gil es un arqueólogo de leyendas, que, como aprendimos en El hombre que mató a Liberty Valance, son más tenaces que la realidad. El viejo espectador piensa que él también seguirá esta suerte: quienes le sobrevivan le recordarán por lo que representaba, no por lo que era. Y más le vale que sea así.

(En la imagen de cabecera, la actriz María Francés (1887-1987), a cuya ejecutoria profesional ha dedicado Asier Gil su último libro, editado por la Filmoteca de Navarra)