En la tele ayer, las ministras doña Irene Montero y doña Ione Belarra, sentadas juntas y solas en el vacío interminable del banco azul del gobierno en el congreso eran la expresión misma de la sororidad huérfana y, en cierto momento, al viejo espectador, contaminado por miríadas de perversas imágenes cinematográficas, le parecieron las hermanas gemelas de El resplandor, dos niñas abandonadas que provocan una mezcla de espanto, compasión e ira. Es curioso lo cercanos que están estos sentimientos contradictorios y la facilidad con que el ánimo pasa de uno a otro.

El votante de izquierda ha de estar acostumbrado a lo estúpidos, oportunistas y autodestructivos que pueden llegar a ser los suyos, pero la sesión parlamentaria que ayer abrió paso a la reforma de la ley del sí es sí rebasó cualquier expectativa, por sombría que fuera. El gobierno se sometió voluntariamente a una ordalía en la que hasta los agentes que debían ejecutarla se mostraban desconcertados. Las intervenciones de la oposición de derechas y de los  socios de investidura del gobierno resultaban desleídas y prescindibles porque no podían añadir nada al atentado que el gobierno había perpetrado contra sí mismo. ¿Quién demonios quiere discutir sobre la evidencia universalmente aceptada de que la ley de marras ha provocado rebajas de penas y excarcelaciones de convictos de violencia sexual? ¿Qué necesidad hay de gastar argumentos sobre la responsabilidad del gobierno si él mismo se presenta abierto en canal ante la audiencia y ante el electorado?

Las dos facciones del gobierno llevaron a la tribuna a sendas portavoces enfrentadas, que también parecían hermanas gemelas. Las desconocidas doña Andrea Fernández y doña Lucía Muñoz, adivinen a qué partido representa cada una, repitieron las consignas que han esmaltado el enfrentamiento intragubernamental desde meses atrás,  demostrando así, por si hubiera alguna duda, que se trata de una situación deliberadamente buscada y querida por los contendientes, quién sabe por qué, ya sean cálculos electorales, ambición hegemónica en el discurso feminista, hastío de una convivencia política sembrada de incidentes: Bueno, y a quién le importa.

Pero no nos dejemos arrastrar por el sentimentalismo. Esto es política. El abandono de las dos ministras podemitas en el banco azul, no solo por sus colegas socialistas sino también por sus compañeros de ese sumar de doña Yolanda Díaz que más parece una ecuación cuántica, bien podría ser una imagen buscada para cerrar filas ante la lucha final. Don Pablo Iglesias, el guía espiritual de las ministras abandonadas en el banco azul, es un genio en el diseño de tácticas guerrilleras y ya previó hace semanas, y lo anunció en público, lo que habría de ocurrir ayer en el congreso. En este relato, doña Montero y doña Belarra aparecen solas en la jungla, rodeadas de agresores que quieren arrebatarles el derecho al consentimiento.  Lo verbalizó agónicamente la portavoz podemita en la tribuna: Si una mujer es penetrada por su novio sin su permiso da igual la razón, es violación. Si estás follando con un tío y se quita el condón sin avisarte, es violación. Si una tía se va a casa con un tío una noche y en medio de la noche cambia de opinión y ese tío sigue es violación. Da igual por qué fue a su casa porque seguro que no fue para que la violaran. Si estás en el metro de vuelta del curro y te tocan sin tu consentimiento, es agresión sexual. Si estás perreando en una discoteca y un tío cree que eso le da derecho a meterte mano, es agresión. El mundo entero como escenario de una violación incesante, ¿por qué no también el parlamento? Ese era el mensaje de las huérfanas en el banco azul. Fuerte ¿eh?