La derecha ha celebrado el cuadragésimo aniversario de la desbordante victoria felipista rompiendo el acuerdo con don Sánchez para la renovación del gobierno de los jueces. Los pactos de estado se harán con otro pesoe, ha sido la explicación del vacuo don Feijóo, con medio cuerpo escayolado después de que el tiburón Ayuso le haya segado las piernas. ¿Con qué otro pesoe? Hace tiempo que se detectan síntomas de la debilidad y el desconcierto de la derecha cuando se oye en sus medios evocar a don Felipe González. La derecha celebra Halloween de mala gana y entre los fantasmas y zombis que le rodean, don Felipe, que murió bajo la espada de don Aznar en 1996, les parece el más inofensivo: el galápago cascarrabias siempre irritado porque ya no es el Felipe de aquellos carteles electorales de los días de gloria.

El rechazo al acuerdo sobre el consejo del poder judicial, argumentado con un pretexto banal e improvisado, es una prueba de la debilidad de la derecha. Don Feijóo, si llegara hasta las elecciones, no las ganará porque lo que puede derribar al gobierno no es la fuerza de la oposición sino alguna circunstancia externa y sobrevenida, de las que han menudeado en los últimos años, que provoque un error garrafal del gobierno o un cambio brusco en la percepción de la opinión pública. La cuestión del poder judicial ha sido durante años un tema abstruso, ininteligible para la opinión común, y esta confianza en que no tendría efecto electoral animó a la derecha a mantener el cerrojo sin aparente riesgo. Es posible que esto haya cambiado.

En las urnas, la composición del poder judicial no compite con el precio de la gasolina, la falta de médicos de urgencia o la subida de los alquileres, pero eso no lo convierte en un problema menor. El juego sucio en este asunto afecta al funcionamiento y la legitimación de la democracia y termina dañando a todo el sistema, como ya se está viendo. Don Feijóo ha sufrido una derrota histórica, ante los suyos y ante la opinión pública, incluso entre los estudiantes de secundaria que saben que George Orwell escribió 1984, y no en el 84, como el iletrado don Feijóo pregona.

¿Otro pesoe? Don Sánchez es un felipista convicto y, como su ancestro, un accidentalista que gobierna adaptándose a la realidad de la situación y, cuando la lidia se complica, da un salto al burladero de Bruselas, en la línea europeísta de don González, donde el pepé ha querido extender el campo de batalla y ha perdido todos los lances; el último, su negativa a renovar el poder judicial, una demanda explícita y urgente de la comisión europea, que envió a Madrid a un propio para urgir el pacto.

Don González y don Sánchez tienen en común que ambos alcanzan el poder con un partido en construcción. El primero lo construyó de la nada después de la victoria electoral; el segundo lo está levantando sobre las ruinas de muchos años de autocomplacencia y corrupción. 1982 fue una epifanía; lo de ahora se parece más a una travesía del desierto pero la tierra prometida está a la vista. El aniversario de 1982 ha sido una fiesta vintage para el pesoe y un halloween de mal rollo para el pepé.