Los conservadores británicos necesitan salir de la pesadilla que ellos mismos han provocado y ha dejado al país como pasto de memes y humoristas ingeniosillos, y se han puesto en manos del primer conspicuo que se ha lanzado a la cancha. Esta vez no habrá elecciones primarias ni leches: liderazgo por aclamación. También quedan para otra ocasión los prejuicios raciales y las ínfulas imperiales de los votantes conservadores. Míster Rishi Sunak es nieto de la generación de Gandhi pero también es rico, muy rico, mucho más que el rey de Inglaterra, por decirlo aproximadamente, y aquí está la clave, no de su popularidad sino de su necesidad. Además de su piel oscura, tiene maneras de advenedizo, enfundado en trajes de cinco mil libras y calzado con zapatos de quinientas, pero su riqueza denota que entiende al gran dinero y que no cometerá los errores de su predecesora, una blancucha atrevida de lacia melena rubia que parece la hija del lechero de Stretford (Lancashire), el diablo la confunda.

El conservadurismo, no solo el británico, tiene un serio problema de gobierno en esta hora. Por falta de candidatos solventes de clase alta ha de echar mano de subalternos de clase media aspiracional de los que no te puedes fiar. O bien son obsequiosos aduladores, que solo cumplen las normas del club para ser aceptados en él, a riesgo de confundirlo todo, como la aciaga Liz Truss, o son predadores procedentes de la jungla (para decirlo como le gusta a nuestro don Borrell) de los que no sabes si te guardarán la finca o se zamparán las gallinas.

Pero, si despejamos el paisaje de la broza del dinero para elevarnos a una esfera más poética, la llegada del señor Rishi Sunak responde a un anhelo de la imaginación británica, jalonada de obras –Pasaje a la India, Victoria y Abdul, Kim, La joya de la corona– donde se sueña con la fusión de colonizadores y colonizados. Diana de Gales, otra blancucha de pelo lacio, lo intentó por vía pasional, con el resultado sabido, y a la parejita de Harry y Meghan le está saliendo regular la apuesta. Es imposible imaginar que míster Sunak, con sus zapatos de quinientas libras, no vea en su ascenso una vendetta histórica, y que el viejo rey Carlos no sienta cierta melancolía cuando le estreche la mano.

Un error repetido de los viejos, sean individuos o naciones, es creer que alguien les espera en el pasado, un territorio poblado de fantasmas. Los británicos se arrancaron a sí mismos de la Europa a la que pertenecen porque querían recuperar el control y han perdido los estribos. Sunak es el quinto primer ministro conservador desde el referéndum del bréxit en 2016, pero, ánimo, como dicen los taurinos, no hay quinto malo.