Cada año, la isla de La Toja, provincia de Pontevedra, acoge una reunión de importantes para lustrar vanidades y asperjar ocurrencias, a imitación del encuentro internacional de Davos cuyo precedente histórico más obvio es la  orquesta del Titanic. No pudieron advertir de la amenazadora proximidad del iceberg ni mantener el barco a flote, pero siguieron soplando la misma melodía una y otra vez hasta entrar en la leyenda. Las deliberaciones en La Toja, como las de Davos, no son públicas, no se sabe si para preservarlas de la inclemente parodia de los memes de internet o porque los ponentes no quieren que la plebe les copie las fórmulas magistrales que les permiten ser los dueños del cotarro. Pero, en tratándose de políticos invitados, este sigilo se levante porque el único valor de la opinión de un político es que la diga en voz alta. Así que algo sabemos de cómo respiran nuestros dirigentes cuando hablan para las élites económicas de las que dependemos todos.

El primer lugar, el rey, que presidió la apertura del encuentro. Don Felipe es un monarca en busca de carisma. No tendrá como su padre un momentum 23F, que le cargue las pilas de la legitimidad para varias décadas, así que tiene que ganársela día a día. Este año en La Toja lo tenía fácil: Viva Ucrania porque, en sus reales palabras, los heroicos ucranianos no luchan solo para defender su territorio sino la sociedad abierta y democrática, la suya y también la de todos los que creemos en la democracia y la libertad. Bien, una pincelada de mística para la contienda que ha puesto en grave riesgo la base material de nuestras idílicas democracias, como comprobaremos este invierno, y ha consolidado regímenes amigos como Hungría, Polonia y ahora también Italia. Verlas venir.

En España no hay conciliábulo de relumbrón que se precie sin dinosaurios igual que no hay circo sin elefantes, y ahí estaban don Felipe González y don Mariano Rajoy encantados de haberse conocido. Ambos contra el sindiós fiscal que han provocado las comunidades autónomas, pero con matices. Don González discernió entre impuestos troncales, como el irpf, y accesorios, como el de patrimonio. La rebaja del primero es indefendible; la del segundo, bueno, tiene un pase. En primera fila del público sonreía el presidente andaluz, don Bonilla, al ver confirmadas sus razones por un socialista de pro, no como el advenedizo bolivariano que preside el gobierno. A su turno, don Rajoy, fiel a su acrisolado criterio de que aquello de lo que no se habla, no existe, denunció el peligro de resucitar el viejo debate de ricos y pobres porque eso es poner a Perón y a Robin Hood en el gobierno. En España se está recaudando más que nunca y darles un tortazo a unas grandes empresas o a unos señores que tienen un patrimonio porque un presidente autonómico haya bonificado el impuesto de patrimonio no tiene sentido, sentenció el ponente. La sonrisa de don Bonilla se ensanchó, y don Feijóo, de natural impávido, apenas podía ocultar su júbilo. En las reuniones de ricos se formulan argumentos para ricos. A la clausura del encuentro intervino el presidente don Sánchez desde una pantalla, como si viviera en Marte, para reafirmar su reforma fiscal pero a estas alturas le oyeron como quien oye llover.

Ah, una cosa cambió en el mundo durante estas jornadas. En la severa foto oficial de apertura no había ninguna mujer; en la de clausura, más desgalichada, cuatro o cinco.