El viejo busca pruebas de que ha vivido y que los recuerdos con los que convive y le asaltan de continuo no son artimañas de la memoria para tenerle tranquilo. Confieso que he vivido es el título de las memorias de Pablo Neruda, que al viejo siempre le ha parecido una afirmación enfática y arriesgada porque sus propios recuerdos son tan fragmentarios y azarosos que resulta imposible articular con ellos un relato que no esté teñido de irrealidad.

Esta vez el viejo se dirige a la filmoteca de la remota ciudad subpirenaica donde proyectan Carnaval de ladrones, una película en cuyo rodaje en el verano de 1966 él participó como extra. Él y decenas de vecinos de la ciudad porque la trama versa sobre el atraco a un banco durante la fiesta de  los sanfermines, y la producción necesitaba mozos para el ambiente de las escenas callejeras. El viejo espera que el joven que fue le reconozca desde el otro lado de la pantalla y del tiempo; pero aquel joven no aparece en las imágenes que se proyectan.

La película es una comedieta del género de atracos perfectos con ladrón muy listo y chica avispada y glamurosa -como Charada o Cómo robar un millón de dólares y…, películas ambas que se rodaron por las mismas fechas, y se basa en una novela de William Peter McGivern, un ignoto autor de ficciones policíacas y guiones de televisión. La ocurrencia de situar el relato en los sanfermines tiene probablemente una explicación histórica. La fiesta de Pamplona atrajo en los años sesenta a muchos jóvenes norteamericanos como etapa de un iniciático viaje estival que seguía hasta Marruecos hacia Oriente, y que James Michener relató en una novela titulada Los vagabundos. Así que el tal McGivern debió pensar que la famosa fiesta de los toros en la calle, en la que quizá había estado, era un escenario perfecto y lo bastante extravagante para situar en él el robo del siglo. En el original, la película se titula The Caper of the Golden Bulls, fue producida por la Paramount, dirigida por Russell Rouse, un artesano, como se decía antes en las revistas de cine, y protagonizada por Stephen Boyd, Ivette Mimieux y Giovanna Ralli. Nada, pues, de mucho fuste.

La película no gustó al vecindario de la ciudad cuando se estrenó al año siguiente en el cine Avenida, ya desaparecido, y es fácil explicar por qué, además de por la insipidez de la historia. A ningún indígena le gusta que distorsionen los rituales de la tribu para contar un cuento disparatado e inverosímil. Este dictamen de los lugareños debió ser universalmente compartido porque la película desapareció del mercado casi de inmediato y para siempre. La copia que se proyectó en la filmoteca, sin embargo,  estaba impecablemente restaurada y subtitulada por el amigo Jesús Artigas, que ya no está con nosotros.

The end, se encendieron las luces de la sala y el viejo, rodeado de cabezas de color ceniza, se sintió vacío, exiliado, porque no había podido disfrutar del entretenimiento de verse a sí mismo, aunque fuera durante un segundo, como Norma Desmond, que pasaba horas contemplando viejas películas de las que había sido protagonista. Claro que el viejo solo había sido un extra cuya escena pudo descartarse en la mesa de montaje. Pero él había estado allí y se aferró a sus recuerdos como un crío a su peluche. La escena en la que participó hubo de repetirse porque el grupo de jóvenes extras que flanqueaban a Stephen Boyd en el falso encierro echaron a correr con demasiada vehemencia y casi arrollan al protagonista, y mientras el director daba instrucciones, el extra se fijó en sus delicadas manos, las uñas bien cortadas y relucientes. Era raro en un hombre, la manicura.

El rodaje de esta escena se hizo uno o dos días después de terminadas las fiestas y a media mañana el extra volvió a casa incongruentemente ataviado de blanco y rojo, lo que dio ocasión a una vecina para reírse de él. ¿Qué, corrían mucho los toros hoy? Es extraño que el último recuerdo de aquella jornada sea un cierto sentimiento de ridículo.

(La imagen que encabeza estas remembranzas es de Stephen Boyd y Giovanna Ralli y fue tomada en la remota ciudad subpirenaica durante el rodaje de Carnaval de ladrones).