No sé qué poeta escribió este verso pero encaja que ni a propósito en el clima de la cumbre madrileña de la otan. En la unioneuropea pueden pasar años de negociaciones sobre una tarifa a la leche de las vacas frisonas para llegar en el último minuto a un acuerdo que no complace a nadie, pero en la otan acordamos en un santiamén el aumento de un ejército de treinta mil a cuatrocientos mil efectivos para enviarlos al frente ruso. La guerra es más animada que la paz, y más eficiente para tomar decisiones. La es un club de mercaderes en el que la fijación de los contratos exige negociación y regateo, así que siempre hay alguien descontento y enredando, pero la otan es una estructura militar, con un generalísimo indiscutible al mando, que, por ende, en formación de revista como la de estos días de Madrid se nos presenta investido de caesar imperator, al que los reyes de las provincias del imperio se apresuran a rendir pleitesía, y ahí estuvo nuestro don Felipe VI, al pie de la escalerilla del air force one (el nombre del aeronave lo dice todo), entre el tropel de ministros y prebostes que formaban el comité de recepción.

Las dos mínimas pejigueras que, al parecer, podían dificultar un acuerdo en la cumbre otánica se resolvieron antes de que empezara la reunión. Turquía, que por la mañana había dicho que no, por la tarde dijo sí al ingreso de Suecia y Finlandia en la organización militar. Zanjado, pues, el presunto problema del frente del este. La pacificación del frente sur ha sido más fácil. La base de Rota, que aloja a la sexta flota –un icono familiar para los españoles del desarrollismo franquista- tendrá dos destructores más y ya ha empezado a fluir gas, comprado en Estados Unidos, desde España a Marruecos, así que, por este lado, tranquilos.

¿Ha habido costes? Insignificantes. Los saharauis en el exilio no podrán volver a su país; los sudaneses de la valla de Melilla no podrán ir a ninguna parte, y los kurdos verán recortado su estatus de refugiados en Escandinavia después del plácet turco al ingreso de Suecia y Finlandia. Saharauis, sudaneses y kurdos son pueblos sin estado y, como reflexionó Hannah Arendt, la barbarie se ejerce sobre las gentes que carecen de la protección de un estado, ya sea porque este les ha expulsado del lugar que habitan o porque les ha despojado de su nacionalidad. Los judíos aprendieron la lección y endosaron la calamidad a los palestinos, hasta hoy. Los ucranianos refugiados ahora en Europa deberán pensar en lo crudo que se les pondrá el futuro si su país pierde la independencia bajo la bota rusa. La eufórica acogida que han recibido es provisional e incompatible con un aumento paranoico del sentimiento de inseguridad, que parece avecinarse.

Europa bascula a la derecha y don Sánchez tiene un problema. Sus socios de izquierda no van a apoyarle en la nueva andadura y necesita al pepé para ratificar el acuerdo del aumento de destructores en la base de Rota. Los antecedentes históricos son desoladores: en 2011 don Zapatero perdió las elecciones ante don Rajoy, por mayoría absoluta, días después de que firmara la incorporación de España al sistema antimisiles de la otan.  Entretanto, y por si la otan no fuera bastante para echar a don Sánchez del gobierno, los moderados don Feijóo y compañía ya han puesto en marcha un plan trumpista para acusarle de amañar las futuras elecciones generales, que bien podría terminar, por qué no, con el asalto al capitolio de la Carrera de San Jerónimo. No creemos que sus socios voxianos le hicieran ascos a esta eventualidad.