Hace unos pocos años se emitía en la tele una desternillante comedia por capítulos titulada Big Bang Theory, protagonizada por un cuarteto de jóvenes científicos cuyas brillantísimas inteligencias se acompasaban malamente con un interminable despliegue de carencias emocionales y torpezas relacionales que convertían en un caos cualquier rutina doméstica. El personaje principal de la serie era Sheldon Cooper, un joven doctorando en física teórica que buscaba la fórmula que ha de explicar la naturaleza y el funcionamiento del universo y que, en sus ratos de ocio, emitía por las redes sociales con ayuda de su abnegada novia un podcast pedagógico titulado Diversión con banderas en el que, como el título indica, explicaba de manera presuntamente amena el origen, la historia y el significado de las banderas del mundo. El humor radicaba en el choque entre la tediosa inanidad del tema y la seriedad y convicción con que el joven científico se aplicaba en sus lecciones de vexilología.

Los vecinos de esta remota capital de provincia subpirenaica recordaremos Fun with Flags cada vez que pasemos bajo la descomunal bandera de la provincia que nuestro alcalde ha erigido en la plaza de los Fueros (una rotonda de distribución de tráfico rodado, para quienes no conozcan la ciudad). Nuestro alcalde, don Maya, no es científico, que sepamos, pero, al igual que el joven Sheldon Cooper, padece alguna carencia emocional y le posee cierta vocación pedagógica que hace caso omiso de las necesidades de sus administrados. Igual que a los espectadores de Sheldon se les da una higa saber o no qué significa la presencia de una grulla en la bandera de Uganda, los vecinos de esta provincia conocemos de sobra la bandera que nos representa. ¿Qué necesidad hay de que tengamos que estirar el cuello y proyectar la mirada treinta metros hacia arriba para ver tremolar un trapo descomunal y consabido  (doce por ocho metros) como si fuera una nave espacial surgida de nuestro ingenio indígena?

El ánimo de don Maya ha sufrido un severo revés porque su sueño de presidir los sanfermines del milenio no se cumplirá. Las primeras fiestas patronales después del aflictivo paréntesis de la pandemia no serán el asombro del mundo, como dijo el bardo. Habrá, desde luego, encierros, corridas, procesión del santo, barracas de feria, fuegos artificiales, bares abiertos y abrevaderos de quita y pon en algunas calles. De hecho, la ubicación de estos abrevaderos ha constituido el debate municipal más significativo en las últimas semanas. Pero, ay, las fiestas no estarán precedidas por un concierto de los Rolling Stones o de Guns N’Roses, como, al parecer, se intentó. No se puede tener todo en la vida, aunque a don Maya, un hombre sensible y sanamente ambicioso, le duela. Así que ha debido cavilar, cuando la moral está baja, levantemos la bandera sobre las ruinas de nuestro ánimo, una bien grande, que se vea desde la estratosfera.

El colosal monumento a nuestra autoestima colectiva es un prodigio de ingeniería. Es imposible no admirarse cuando se conocen los detalles del armatoste. El mástil de treinta metros es de acero al carbono galvanizado y lacado, y en su parte superior dispone de señal lumínica para aeronaves y un pararrayos, lo que nos pone a salvo de ataques del enemigo exterior y de las inclemencias de la naturaleza. El izado y arriado de la bandera se hace mediante una driza interna automatizada, que puede ser activada por el último superviviente en caso de hecatombe nuclear, y el basamento tiene proyectores de iluminación dirigidos a la bandera para que sea visible de día y de noche. Insomne e imperecedera. La obra ha costado cien mil euros, que no sacan a nadie de pobre (*), pero, visto con criterio histórico, en su erección no ha habido que lamentar víctimas, algo de lo que no pueden alardear otras banderas casi tan famosas, como la que izaron los marines norteamericanos en Iwo Jima.

La serie televisiva Big Bang ofrece una caricatura amable de los actuales dueños del planeta –Elon Musk, Mark Zuckerberg, Jeff Bezos y compañía-,  que juegan con las banderas del mundo y con las naciones y sociedades que esas banderas representan, pero ¿qué representa la iniciativa de nuestro alcalde que no sea nuestro propio ombligo, repetitivo y ensimismado?

(*) A la postre, el coste del armatoste del preboste ha sido de 178.000 euros, un 78% más de lo anunciado. Pero ¿qué obra pública impulsada por la derecha no tiene sobrecostes, aunque la obra sea un trapo al capricho de los vientos?