En el banquillo de Núremberg los acusados tienen un aire funcionarial y circunspecto que los hace indistinguibles sin ciertas pesquisas previas,  y entre ellos se sienta un tipo que bien podría ser director de sucursal bancaria o catedrático de latín en un instituto y que resultó absuelto porque los jueces no encontraron que fuera culpable de los crímenes que se juzgaban. ¿Quién fue ese tipo y por qué estaba en tan desairada situación? Pues bien, fue un político conservador que hizo posible el acceso de Hitler al poder a cambio de retener para sí la vicecancillería del Reich. Ese tipo se llamaba Franz von Papen. Y tras esta obertura operística, entremos en harina.

Es sabido que vox tiene embridado al pepé, no solo porque ambos proceden de la misma cuna sino porque el primero expresa con claridad y agresivo desparpajo lo que piensa sin decirlo el electorado del segundo. Ningún votante del pepé se siente amenazado por vox. No por casualidad, la distinción entre ambas siglas es meramente retórica y se resume en una palabra que estos días ha adquirido una connotación mágica: moderación. Don Feijóo es un moderado y por eso cotiza al alza en las encuestas. El calificativo describe por oposición a su predecesor don Casado como un radical desmelenado cuando la sobreactuación voxiana de este alocado joven no era sino un intento, torpe, de frenar a sus inmediatos adversarios  electorales. De hecho, don Casado no cayó por voxiano sino por revelar el secreto a voces de la corrupción de su partido, cuya denuncia nunca se oirá en boca de un voxiano de pura cepa, y menos si el sujeto de la corrupción es doña Ayuso, fascista confesa.

Por ahora, la moderación de don Feijóo ha consistido en no salir del burladero mientras el toro se pasea por la plaza.  Ayer le faltó coraje para ordenar a sus diputados que se abstuvieran en la votación del plan anticrisis del gobierno y prefirió ocultar la cara tras el capote de brega con una excusa extravagante, que nada tenía que ver con la cuestión votada. Cualquiera comprende que un plan anticrisis, sea lo que sea, es deseable y da un respiro a la sociedad; la abstención hubiera significado empatizar con el común a la vez que se reservaba para los matices en el trámite de enmiendas. De añadidura, la abstención habría provocado un seísmo en la maltrecha mayoría de investidura y habría enviado un mensaje a los poderes económicos que no cesan de pedir un acuerdo del bipartidismo clásico. Pero el moderado prefirió seguir tras la barrera.

Nuestro vonpapen ha heredado y es depositario del famoso espíritu de la plaza de Colón donde se instauró el dogma, aún no derogado, de que el gobierno de don Sánchez es ilegítimo y, en consecuencia, los patriotas, con vox al frente, tienen como primera obligación derribarlo. Esta atmósfera delirante y eufórica es letal para los moderados, como demostró la trayectoria de aquel Von Papen. Es posible que el gobierno social-comunista pueda terminar derribado pero la historia debería enseñar al vonpapen gallego que su partido no será el beneficiario del derrumbe. La última lección la tuvo el domingo pasado en Francia. Don Feijóo jaleaba la victoria del moderado monsieur Macron mientras sus socios en Castilla y León e inmediatos competidores en Andalucía afilaban los cuchillos en el casa de madame Le Pen, que perdió la elección pero ganó dos millones de votantes desde la anterior convocatoria a las urnas, para espanto de don Moreno Bonilla, que ve en la candidatura voxiana de la gorgona doña Olona un riesgo de movilización de la izquierda. Y es que los moderados no ganan para sustos; que se lo pregunten a Franz Von Papen.