Está feo decirlo y acaso aberrante pensarlo pero es de temer que pegasus termine siendo el gal del presidente Sánchez. Ninguna proximidad o simetría en las circunstancias, efectos y consecuencias de ambos casos pero, oscuramente, pegasus y el gal guardan tres inquietantes semejanzas: una, ambas son actuaciones irregulares, por decir lo menos, que menoscaban el estado de derecho; dos, tuvieron como objetivo a sujetos identificados con los nacionalismos no oficiales, vasco y catalán, y tres, fueron activadas por un gobierno socialista.

Los perros guardianes de la finca están entrenados contra los salteadores, a los que identifican por el olor, y es inevitable que muerdan a algún peatón que pasaba por la acera y olía más o menos como los perros creen que huelen los salteadores. La defensa del estado exige el despojamiento de los derechos a ciudadanos previamente incursos en una causa general.

¿Se imaginan que las habilidades del ceeneí o como se llame fueran dedicadas a investigar la corrupción financiera? Banqueros, comisionistas, diputados y concejales, amigos, parientes y testaferros hasta un número de varias decenas de miles de ciudadanos, del rey emérito abajo, estarían bajo la afilada mirada y el fino oído de pegasus. Es, en efecto, una realidad inimaginable, contrafáctica, diríamos, y sin embargo la corrupción hace más daño a nuestros bolsillos, a nuestra autoestima de ciudadanos y a nuestra confianza en el sistema democrático que la aparatosa e inane fanfarria del prusés, cuyo minuto de gloria duró eso, un minuto. El estado precede a la democracia y a los derechos civiles. Es la doctrina de vox, impecablemente formulada por la gorgona doña Olona: líderes independentistas catalanes presuntamente espiados por los servicios de inteligencia españoles ¿y? ¿Dónde está el problema?

El sentido de estado, que defiende doña Robles lo defiende vox con más credibilidad porque bebe de la fuente originaria: el reinado de Isabel y Fernando. Desde aquel momento auroral, la unidad del estado ha exigido aplicar el método pegasus a una sucesión de colectividades de toda clase y condición: moriscos, judíos, luteranos, liberales, comunistas y demás ralea cuya aciaga herencia ha caído ahora sobre los inmigrantes magrebíes, las personas elegetebeí y, por supuesto, los indepes catalanes. ¿Dónde está el problema? No hace falta decir que este argumento es aplaudido por más gente que la que nos gustaría reconocer.

Y con estas cuitas llegamos al debate de convalidación del decreto de medidas frente a las consecuencias sociales y económicas de la guerra de Ucrania. Dejemos de lado el carácter ideológico del título de la norma pues nadie tiene ni idea qué consecuencias finales tendrá la guerra ni si las medidas previstas valdrán para algo. En este momento, buena parte de la crisis de alza de precios se debe más a los intereses y expectativas del mercado que a la guerra propiamente dicha. En todo caso, este no ha sido el objeto del debate. Una vez más, como ya ocurriera con la reforma laboral, la norma ha salido delante de milagro, por una mayoría insignificante.

Estamos en el ocaso de la socialdemocracia. La mejora de las condiciones materiales de vida, siempre insuficiente  y volátil, no consigue imponerse en el monumental circo de agravios, identidades y desplantes en que se ha convertido la política. En esta ocasión, el protagonista del niet ha sido el independentismo catalán agraviado por pegasus. Los indepes están condenados a gobernar en las ruinas de su proyecto, que no podrán levantar de nuevo y para el que no tienen alternativa. Están como niño al que le han reventado el globo que iba a llevarle a las nubes y mira alrededor en busca de un culpable. En esta ocasión era doña Robles, el paquidermo político que don Sánchez ha puesto al cargo de la defensa del estado. En este negocio, entre los indepes y vox, don Sánchez elige vox, y tiene razón. Razón de estado.