Nuestro bienamado presidente del gobierno, don Sánchez, es postmoderno y se guía por el característico pensamiento débil, que presidió la era dorada de sus años de juventud y formación (los ochenta y noventa) y que, básicamente, consiste en surfear sobre los acontecimientos, ahora llamados de manera más festiva e inocua, eventos.  Términos como transversalidad, multiculturalismo o inclusión, tan de moda ahora, le son familiares. También las nociones de relativismo y oportunidad. En consecuencia, su retórica en la tribuna de oradores o en la entrevista televisiva es tentativa, difusa, abierta a múltiples horizontes, interpretable, y su credibilidad se basa en el apriorismo de que las cosas solo pueden ser como él las ve y las pregona. Al término de su discurso siempre hay un lamento por quienes se empeñan en no ver las cosas a su modo. Don Sánchez aspira a pilotar el mainstream (término frecuente en el spanglish de la generación Broncano) español, libre del lastre de las entorpecedoras ideologías del pasado, algo que ya practicó su admirado inspirador don Felipe González. A este propósito, la socialdemocracia se ha convertido en la doctrina más maleable y adaptativa que puede encontrarse en el mercado político.

Pero, ¿se puede hacer política dejando que sean los hechos los que conformen el discurso? En honor a la verdad histórica, hay que reconocer que al gobernante don Sánchez le han caído encima una serie, por ahora interminable, de desgracias y desastres de todo tipo –pandemia, erupción volcánica, rebrote de la crisis económica, guerra de Ucrania- para las que no hay hoja de ruta que valga. La fuerza de los hechos hace al pensamiento débil, diríamos en un juego de palabras. No obstante, no se puede hacer política sin un enemigo y, una vez que tiene enjaulado al populismo podemita de izquierdas, don Sánchez señala a otros dos blancos fácilmente detectables: Putin y vox.  Son dianas obvias pero no son patitos de barraca de feria.

Vox ha empezado a mimetizarse en el paisaje de la derecha, y a poco que modulen el brutalismo del lenguaje, dirigido en primer término a exasperar a los progres, tienen  bastantes coincidencias con el pepé, con el que comparten votantes, y de hecho es más fácil que lleguen a una entente con don Feijóo que con su predecesor don Casado porque el primero no necesita salir del armario de la moderación para demostrar que no es un moderado.

En cuanto a Putin, no hay duda de que le gusta ser la bicha de occidente. La liturgia televisiva con la que se presenta a propios y extraños, alejado de sus interlocutores en un escenario infinito, le convierte en la encarnación del alma rusa con traje de jefe negociado. Pero esto no significa que sea un fantoche ni que esté solo en sus objetivos. De momento, ha despreciado la intermediación de líderes occidentales, como monsieur Macron, y ha conseguido inyectar un clima de guerra fría en occidente, que, entre otros efectos, ha llevado a Alemania a abandonar la ostpolitik y el desarme, vigentes desde Willy Brandt hasta Angela Merkel, y ha sido un socialdemócrata el que ha dado el golpe de timón.

El belicismo vuelve a Europa y en este contexto don Sánchez anuncia el aumento del gasto militar. Quizá sea necesario pero el parlamento y la opinión pública necesitarían saber para qué, con qué objetivo, contra qué enemigo (que dudosamente puede ser Putin) y a cargo de qué partida del presupuesto, en un contexto de recesión y en el que además se propone una bajada de impuestos. Si para hacer una carretera se necesita un plan de carreteras que lo justifique, el mismo principio debería estar vigente para aumentar el número de submarinos o de misiles. Europa como pretexto del rearme es un argumento muy pobre porque aún no sabemos qué europa se avecina cuando acabe la crisis y si, como parece, la unión política no estará más lejos que nunca, a merced de los diversos designios estratégicos de cada país. Pero entrar en ese laberinto argumental significaría abandonar el pensamiento débil y el aquí te pillo, aquí te mato en que se ha convertido la política mundial.