La gran ilusión es el título de una maravillosa película de Jean Renoir sobre la amistad entre individuos de distintos países, clases sociales y razas, en medio del conflicto de la primera guerra mundial. El argumento es una trama de varias historias en el contexto de una fuga de militares franceses prisioneros de los alemanes en un castillo-prisión. Es un canto a la libertad, la igualdad y la fraternidad. Vista hoy, La gran ilusión es también un canto inequívocamente europeísta.

Seguramente, no por casualidad el historiador Tony Judt eligió este mismo título, si bien con artículo indeterminado y en modo interrogativo (¿Una gran ilusión?) para el volumen que recoge una serie de conferencias sobre el futuro de Europa en cuyo prólogo puede leerse: Pero una cosa es creer que algo es deseable y otra muy distinta considerarlo posible. Y lo que yo sostengo en este ensayo es que una Europa verdaderamente unida es algo demasiado improbable como para que insistir en ello no resulte tan insensato como engañoso. De modo que eso me convierte en un europesimista. El pesimismo del autor se dirige hacia un alegato a favor de la reinstauración parcial, o la relegitimación, de las naciones-estado. Y añade, al margen de que de que el futuro de los antiguos estados comunistas de la Europa del este deba encuadrarse en una Europa plenamente integrada, el hecho es que lo más probable es que esto no ocurra, y sería por tanto mucho más prudente dejar de hacer promesas al respecto

Al leer estas líneas es imposible no evocar a Hungría y Polonia, que hoy forman un espacio aparte incompatible con la arquitectura jurídica de la Unión Europea de la que son miembros de pleno derecho. Judt tiene autoridad y credibilidad para defender sus tesis porque fue si no el único sí el más clarividente y persuasivo historiador occidental que nos enseñó que Europa no se detiene en la línea Oder-Neisse sino que se prolonga hasta donde quiera la imaginación sin más límite, quizá, que los Urales. Pero, ¿hay alguna homogeneidad factible entre la parte occidental y oriental del continente, cuyas experiencias históricas han sido radicalmente distintas y enfrentadas?

La pregunta adquiere actualidad cuando la retirada política de frau Merkel anuncia una nueva etapa en el país cuya potente economía y centralidad geográfica la convierten en el soporte de Europa, tal como la entendemos en el oeste olvidando a menudo que sus intereses nacionales están escorados hacia el este, al que en un tiempo los alemanes llamaron su espacio vital. La marcha de la kanzlerin ocurre después de una serie de crisis –financiera, territorial, migratoria, sanitaria y política- que han sacudido a Europa y a las que ha capeado cuando le tocó hacerlo pero que no ha resuelto y, a contrario, han hecho más evidentes las costuras de la Unión y más evidente su improbable pervivencia.

Hay algunos detalles de la película de Renoir que son pertinentes. La trama se basa en la interacción de personajes franceses y alemanes, aristócratas y proletarios, gentiles y judíos, y la película se rodó en un tiempo, 1937, en el que pugnaban la amenaza del fascismo y la esperanza del frente popular, por lo que con unos pocos cambios de matiz y de coloración bien podríamos establecer una analogía con esta época. Aquella gran ilusión terminó en la segunda guerra mundial. Ya veremos.