Desde que el papa Wojtyla dejara, por fallecimiento, de llenar estadios y vaciar iglesias en su impetuosa misión de promover la revolución conservadora que se adueñó del mundo occidental en el último tercio del siglo pasado, la iglesia católica solo destila muermo. Sus sucesores, el ensimismado Ratzinger y el franciscano Bergoglio, no han conseguido ocupar la primera página o abrir un telediario desde el día en que fueron elegidos por el colegio cardenalicio. No es que esta atonía sea una mala noticia en sí misma, podría ser peor, pero, en fin, no se puede negar que deja en el ánimo una especie de vacío. Así que siempre es bien recibida la comparecencia de algún eclesiástico con la dosis suficiente de extravagancia noticiosa para hacer feliz al redactor-jefe o al responsable de la escaleta televisiva. Si un día la actualidad está flojita, ahí tenemos al obispo de Solsona para remediarlo.

Los rasgos de carácter que nos llegan del personaje le identifican como un fanático, si bien de causas muy variadas y a menudo contradictorias. Uno de esos tipos carismáticos (qué palabra más horrible) y veleidosos que no encuentran la verdad hasta que no la encarnan ellos mismos. Si se dedicara a la geometría querría ser el teorema de Pitágoras. Monseñor Novell empezó integrista y ha terminado libertino, lo que tampoco es raro en su gremio. Lo raro es que los curas conserven el equilibrio con el régimen de vida que llevan.

En su periodo integrista, el obispo fue, como dicta  el manual, adversario del preservativo, del divorcio, del aborto y de que las chicas fueran en minifalda a misa, practicó exorcismos y encontró al demonio en la homosexualidad ¡a ver dónde si no!, de modo que fomentó terapias de conversión para curarla a las que se sometió él mismo, como un líder genuino, que no obliga a nadie a hacer algo sin dar ejemplo. Como quiera que fuese, su demonio no estaba allí –está donde menos se le espera, el obispo debería saberlo- sino en una dama algo más joven que él, divorciada con dos hijos, psicóloga de formación y escritora de novelas eróticas y satánicas. Y así fue como monseñor Novell ha hecho el camino de Damasco en sentido contrario, de cuaresma a carnaval, sin salir del tópico del santo varón abducido por satanás en forma de mujer. Los curas, por mucho latín y teología que sepan, son atrozmente convencionales.

A la psicóloga novelista le ha tocado la lotería con la caída del prelado en el abismo. Los cronistas del caso han echado un vistazo a la contracubierta de sus libros donde se leen  inquietantes premoniciones del destino del clérigo: ¿Qué sucede cuando la atracción es más fuerte que cualquier código deontológico o presión social?, ¿sucumbirán los protagonistas de esta desgarradora historia a las pulsiones más aberrantes de sus subconscientes o, por el contrario, el sentido de la ética y la moral se impondrá?, se pregunta la novia escritora en su Trilogía Amnesia. Y  en el mismo texto, ¿es lógico que el máximo capo de la tríada de trata de blancas y blanqueo de dinero y una de sus vírgenes en venta, se vinculen emocionalmente? No debe ser una alusión personal pero ahí te quiero ver, monseñor. Eso sí son preguntas de calado y no las que te hacen en el confesonario las beatas de Solsona. Al obispo le espera ser transportado por el mundo penitenciario, la psicopatía, las sectas, el sadismo, la locura, la lujuria y, poco a poco, durante el avance de la historia, también hacia la irrealidad de la inmortalidad y la cruda lucha entre el bien y el mal, entre Dios y Satanás, y entre los Ángeles y los Demonios. Amigo Novell, si sales de esta te hacen seguro papa de Roma. No nos extraña que los demás obispos catalanes estén rezando por ti. Todo esfuerzo va a ser poco.