Si miras una foto de míster Boris Johnson ves a un cuñado en la hora tardía de una fiesta familiar: pelambre alborotada, ojillos entre capciosos y adormilados, y los labios a punto de expeler el último chiste que se le ha ocurrido. Quienes le conocen dan una semblanza que abunda en esta primera impresión: divertido, mentiroso, voluble, narcisista, manipulador, y tocado por ese rasgo de la upper class británica, tan segura de sí misma que bien puede tomarse a broma todo lo que no sea su interés privativo.  Un tipo así en épocas más severas hubiera sido un bala perdida, un bohemio marginal y quizá un delincuente pero este tiempo es el de la parodia, los memes y la confusión entre la verdad y el relato. Es el tiempo de los chiflados y chifladas y ahí está míster Johnson al frente de una potencia mundial por más que lo sea en decadencia.

El amigo Liberius entretiene su ocio con la historia de Roma. En el atropellado café de media mañana adopta una actitud absorta cuando se parlotea de temas de actualidad pero si le preguntas por Heliogábalo te responde con precisión y viveza, incluso con afecto, como si hubiera cenado con él la noche anterior. El infeliz Heliogábalo ha quedado como el epítome de la  chifladura tardorromana pero de alguna manera vivió una época en la que las viejas formas senatoriales estaban en absoluta decadencia y la globalización imperial se había vuelto ingobernable. Introdujo en Roma los cultos orientales y se mostraba en público ataviado como una drag queen o, si se quiere, como un concursante de los que ganan eurovisión. Lentejuelas y coturnos.

En tiempos líquidos los líderes no gobiernan, flotan sobre las circunstancias y lo que parecen indicaciones de mando son meros aspavientos de supervivencia. Todos vamos en la misma patera planetaria y ellos están al timón, sin idea alguna de navegación, pero nos tienen embelesados, como si sus monerías y no el mero azar nos fueran a salvar del naufragio. Tuiter y demás cachivaches domésticos han condenado al desuso la práctica de alta cultura que consistía en leer la actualidad a través de las enseñanzas de la historia. El avance tecnológico ha normalizado el lenguaje fantacientífico, el klingon ha sustituido al latín como lengua culta, y eso explica que alienígenas como los negacionistas hayan medrado entre nosotros acusándonos precisamente de ser alienígenas, que al mando de Bill Gates y  Georges Soros queremos invadir la tierra, que, por ciento, es plana, como pensaba Heliogábalo.  El mundo parece que hubiera nacido ayer y hoy sería aventurado elaborar semblanzas comparativas de personajes del pasado y del presente, como hizo Plutarco. Y sin embargo hay semejanzas entre, digamos, Heliogábalo y doña Rosa Díez. Ambos proceden de los márgenes del imperio: aquel, de Siria, y esta, del remoto golfo de Vizcaya. Ambos muestran querencia por cierta extravagancia indumentaria como signo de distinción y ambos necesitan imperiosamente ser tenidos en cuenta a pesar de su insignificancia objetiva. En fin, son estas ocurrencias del escribidor cansado, que si fuera filósofo de cámara y asesor áulico del líder o lideresa, como don Savater, hubiera titulado estas líneas, Apuntes para una nueva era de la humanidad.