Una hipótesis: el indulto a los indepes catalanes va a ser para don Sánchez el rubicón que fue para don Felipe González la supresión del marxismo en el programa del pesoe. Un rito de paso entre lo viejo y lo nuevo. Don Sánchez es el primer admirador de don Felipe González, cuya figura le tiene imantado.  Cuando la progresía del país tiene al ex presidente del gobierno por una fastidiosa antigualla, don Sánchez repasa una y otra vez su itinerario, su modo de actuar, su delicado y a menudo indescifrable equilibrio entre lo que decía y lo que callaba, lo que pensaba y lo que hacía, para convertir el espacio de la política en un escenario en el que cualquier acción o movimiento de otros agentes fuera favorable a sus intereses, no importa cómo y cuándo se produjera. Don Sánchez quiere ser como él.

Don Felipe atravesó dos trances que consolidaron su liderazgo en el partido y por último en la sociedad. En el primero, se hizo con la organización en el congreso de Suresnes (1974), cuando el pesoe aún estaba en la clandestinidad y era una carcasa vacía de la que no quedaba más que el letrero luminoso de la fachada. Pero la prueba definitiva vino cinco años después en Madrid, cuando los delegados del vigésimo octavo congreso (1979) quisieron que el marxismo quedara estampado como la doctrina inspiradora del programa socialista, según la tradición. Don Felipe se negó; antes que nadie había comprendido que el pesoe debía ser un partido de gobierno y, en este contexto, la ideología es un estorbo, ya saben, gato negro, gato blanco, etcétera, así que don Felipe dimitió de la secretaría general y dejó al partido huérfano. El susto fue morrocotudo y afectó a todo el establishment del país. El pesoe creó una comisión gestora, se convocó un nuevo congreso para remediar el desaguisado, el marxismo desapareció del manual de instrucciones y don Felipe volvió al trono a hombros. Tres años y un golpe de estado fallido después, el pesoe conquistaba el poder y la hegemonía absoluta que dieron a ese vejete que aparece en el hormiguero una dimensión mítica cuya aureola los progres que ahora están en los cuarenta no consiguen derruir a pesar de lo que se esfuerzan.

Don Sánchez estudia cuidadosamente estos hechos. Él ya pasó por el primer trance consistente en hacerse con el liderazgo, cuando el partido estaba hecho unos zorros en 2014 y ganó con amplitud las primarias. Don Sánchez, como don Felipe joven, parecen tocados por una suerte de carisma natural para el liderazgo (no debe obviarse la componente erótica). Pero las cosas no son tan simples como en los años setenta y un motín en su propia ejecutiva obligó a don Sánchez a dejar la secretaría general y el escaño de diputado dos años después. Una vez más, la inevitable comisión gestora, celebración de primarias y de nuevo don Sánchez al frente del equipo, con el que ha ganado una moción de censura y dos elecciones generales seguidas. El país y el paisanaje han cambiado, y lo que queda del pesoe felipista no lo entiende, como no lo entendían Rodolfo Llopis y los socialistas del exilio en la víspera de la muerte de Franco. Todos nos hacemos viejos, ay.

Ahora toca el golpe de timón que marque la nueva era. Don Felipe comprendió que la sucesión del régimen de Franco no iba a ser la toma del palacio de invierno que imaginaba la generalidad de la izquierda, y obró en consecuencia, sin contemplaciones y arriesgando el pellejo político. Don Sánchez ha tomado nota de toda la agitación de estos años acelerados y convulsos: el fallido prusés catalán, la emersión y el declive de ciudadanos y podemitas, la aparición de la extrema derecha, la debilidad de la derecha de toda la vida asediada por su impenitente corrupción, y sobre estas ruinas humeantes va a jugársela con los indultos, que, sobre el papel, están llamados a estabilizar el sistema e iniciar un nuevo rumbo, fondos europeos mediante. Don González reveló que los españoles no eran marxistas y don Sánchez se propone demostrar que los españoles no quieren tener con sus compatriotas catalanes una relación meramente carcelaria. Una cosa es que algunos se manifiesten con  mucho aparato mediático contra los indultos y otra muy distinta que sigan insistiendo en devolver a los indultados a la cárcel cuando el indulto se haya materializado. Una mañana te levantas y descubres que no eres marxista y otra mañana te asombras de que los indepes estén en la calle y no ha pasado nada. Es la magia de la política, ya veremos si esta vez funciona.