El viejo emerge del vacunódromo con la segunda y definitiva dosis correteando por el laberinto sanguíneo o por donde quiera de pulule ese chorrito de líquido que le han inyectado con la recomendación de que tenga el paracetamol a mano. El ñu ha trepado con ansiedad por el ribazo de la otra orilla del río Mara y desde lo alto del alcor echa un vistazo al innumerable rebaño que viene detrás con el agua al cuello y los cocodrilos alrededor. A los del pepé no les gusta que se hable de inmunidad de rebaño por aquello de la libertad que reina en Madrid, pero otro término, como inmunidad de grupo, no es sinónimo. Un grupo es una parte, no la totalidad de la especie, y llamarlo inmunidad de la especie es un poco exagerado a la vista de cómo está el patio en el resto del planeta; así que rebaño está bien.

Debe ser muy duro creerte libre como doña Ayuso y al mirarte al espejo cada mañana ver un ñu, y compartir el vagón del metro con otros ñus apretados a tus ijares y tus cuartos traseros, y luego mezclarte con otros ñus ramoneando en el supermercado o esperando a los terneros en la puerta del colegio, y en la cadena de montaje o en la oficina, más ñus aplicados a su tarea, que levantan la testuz y afilan las orejas cuando atisban que se acerca un ere, para a la puesta del sol abrevar una cervecita con los ñus de tu círculo íntimo, aquí llamados cuñudos, en el bebedero de costumbre.

Los ñus y los votantes de doña Ayuso tienen en común un territorio que les sirve de hábitat,  unas rutinas que dan sentido a su existencia, unos enemigos de los que hay que defenderse (no es nada personal, solo negocios) y la esperanza de que su vida durará un poco más si consiguen atravesar el río Mara o llegar a la segunda dosis de la vacuna. Lo que distingue a ambas especies es el misterioso don del lenguaje. Los ñus se apañan con un reducido repertorio de signos, ya sean sonidos guturales o movimientos corporales, mientras que los humanos poseemos y utilizamos sin tregua un lenguaje proliferante, barroco y más anecdótico de que lo que creemos. Un ñu nunca votaría a doña Ayuso, no porque no sepa apreciar sus innumerables cualidades sino porque no la necesita al frente del rebaño. Los ñus se saben el camino y son indiferentes a las divagaciones y las trolas; en cambio, a los humanos nos encantan los cuentos y el teatro, a los que tenemos como la más alta expresión de la especie.

El viejo se detiene un instante a la puerta de salida del recinto de vacunación, le preceden y le siguen otros viejos de mirada inexpresiva, bovina podría decirse, que se dispersan por la vasta extensión del Serengueti. Sir David Attenborough nos haría observar que los ñus no patalean ni profieren berridos de júbilo cuando al otro lado del río saben que son inmunes al apetito de los cocodrilos.