Otra vez, el pequeño don Aragonès se ve rechazado por aquellos que debían acogerle. El candidato de esquerra es un ser minúsculo y tiene enfrente a doña Borràs, una giganta, la madre/madrasta de Cataluña. La política catalana se resiste a las herramientas intelectuales habitualmente usadas para desentrañar los misterios de la política y el observador se escora inconscientemente hacia otros marcos cognitivos: la fábula, el folclore. En Cataluña, la política quiere instaurar un mito: la nación primigenia. Cuando los representantes elegidos por los votantes entran en el parlament acceden a un cuento de hadas, que por lo que llevamos visto es también de brujas, caballeros andantes y gnomos. Una ensoñación romántica para mentes infantiles. Como en Blancanieves y los siete enanitos también hay una versión gore, para adultos, en la que doña Borràs es la dominatriz y don Aragonès, el sumiso que pone sus nalguillas al alcance de la fusta de la giganta. ¿Qué extraña perversión lleva a presentar una y otra vez al mismo candidato para que sea rechazado por aquellos que habrán de apoyarle convirtiendo así al futuro president en un sisifo chiquitín y frustrado? Es verdad que ya tuvieron en el papel a un cabezón corrupto, así que esa pauta de extravagancia en los personajes debe imputarse al gusto mediterráneo por las comparsas de gigantes y cabezudos.

En este cuento, la realidad no encuentra lugar. Pongámonos en plan Vladimir Propp o Bruno Bettelheim para desentrañar este fragmento post moderno del folclore europeo y descubriremos dos rasgos premodernos, muy interesantes. El primero es que los ganadores de las elecciones, llamados aquí botiflers y al otro lado del Ebro constitucionalistas, desaparecen como por ensalmo en la cueva misteriosa, digamos de Montserrat, después de cantar victoria. Así le ocurrió a doña Arrimadas y le ocurre a don Illa, a pesar de que este, prevenido ante el destino que le esperaba, acudió a la liza provisto de una pócima mágica conocida como el efecto Illa.

El segundo rasgo de esta fábula es que el parlament no es la sede de la voluntad popular sino una especie de abigarrada antesala del lugar inmarcesible donde borbotean las esencias de la nación y que en el cuento llaman consell per la república. Esta entidad mistérica, que tiene 92.772 socios y un cepillo para los donativos, ostenta sin embargo un papel clave en el relato porque es en su alquitara donde se depura el magma brotado de las urnas y se extraen las verdaderas virtudes del pueblo catalán, y la encomienda a quienes habrán de administrarlas.

La última pregunta sobre este interesante asunto es, ¿en qué tiempo se desarrolla esta fábula? Una respuesta apresurada y equívoca diría que ahora mismo, mientras se escriben estas líneas, pero es inexacto. Las elecciones, las consultas entre partidos, las negociaciones, la investidura, etcétera, son partes de un ritual que trae a nuestros sentidos un suceso primigenio, mítico, y en ese sentido son como la misa de gallo, el entierro de la sardina y las fiestas de moros y cristianos. Este suceso mítico, como todos, se puede datar: tuvo lugar a principios del siglo XIX, cuando Europa registró una doble sacudida tectónica. De una parte,  se anunció la democracia con carácter universal y al mismo tiempo se entronizó el estado-nación de raíz étnica, cultural o religiosa, y en consecuencia, también excluyente.  Todos los rituales tienen un contenido sacrificial destinado a sublimar esta contradicción y eso explica que don Aragonès tenga que recibir en su culito los fustazos de doña Borràs.

Cierren los ojos y déjense acariciar por la imaginación: los figurantes del ritual van ataviados de época, libreas de cortesanos y chupatintas, dolmanes de húsar para los más guerreros, rutilantes boinas y barretinas militares de raíz campesina; nombres de batallas, Waterloo, Lledoners, que fueron derrotas y son anuncio de la victoria final; un pretendiente en el exilio, varios caudillos de facción y múltiples facciones en el campo. Déjense arrastrar por la lógica del sueño y se encontrarán en la enésima carlistada contada por los hermanos Grimm.