Edmundo Bal ofrece en la tele una visión mitológica, lacrimógena, ridícula, de la debacle naranja. Don Bal es abogado del estado y su campo de labranza es un lugar firme y dócil al arado del derecho, pero está como pollo sin cabeza en la situación líquida, improvisada, alocada, en que vive ahora mismo su partido, al que se adhirió no sin la proverbial soberbia propia de los funcionarios de su rango. Para sobrevivir con algún éxito en la charca es preciso haberse criado entre las ranas de doña Aguirre. Los batracios carecen de esqueleto, tienen extremidades adaptadas al salto y al trinque, y parecen tan estúpidos que tienen perplejos a los mamíferos superiores.

Los abogados del estado, los altos magistrados de la judicatura, los técnicos superiores de comercio y los economistas adiestrados en los centros de estudios de los grandes bancos constituyen lo que ahora se llama el deep state, si bien no es más profundo que el endoesqueleto de los organismos situados en lo alto de la escala trófica.  El estado se sostiene en el vaivén de estos letrados y economistas de alto rango desde sus empleos naturales a los puestos de dirigencia en los partidos políticos, y vuelta. La aureola que rodea a estos personajes es tan deslumbrante que hace respetable y hasta envidiable la mera delincuencia, recuérdese a don Mario Conde. Lo que la plebe llama puertas giratorias que comunican la política y la empresa privada, a las que se podría añadir las excedencias de letrados, jueces  y fiscales desde la toga a la poltrona, constituyen el mecanismo que mantiene al estado en pie. Sin estos vasos comunicantes, el capital quedaría inerme y el buen pueblo, desorientado: ¿a quién votar? Cuando los usuarios de las puertas giratorias hacen este tránsito desde la presunta neutralidad del derecho o de la economía a la bandería política han de elegir una sigla, desde la cual fingen enfrentarse a sus homólogos de la otra sigla, aunque todos tienen una cultura común, un visión compartida del mundo y, para decirlo pronto, los mismos intereses. ¿Qué separa a doña Nadia Calviño de don Edmundo Bal? Nada, incluido el compartido desconocimiento y desinterés sobre quien sea Paca la Piraña.

Eso explica que, mientras un extremista, don Iglesias, explicaba a otro extremista, don Abascal, quién es Paca la Piraña, los muy centrados partidos de doña Calviño y de don Bal urdían una torpe alianza para hacerse con el mando en el país de las hortalizas. Lo que no contaban los conspiradores es que las aguas en las que navegan no son el lago de los cisnes sino el manglar donde medran batracios y cocodrilos. ¿Qué está ocurriendo? La respuesta es el fracaso de los cisnes para mantener la cohesión y la legitimidad de un biotopo donde los ricos no ceden un ápice y los pobres se multiplican y se desesperan. Los beneficiarios de las puertas giratorias sostienen el estado pero carecen de visión política: son, como suele decirse, técnicos, y la red de principios, leyes e instituciones, que tejen se agujerea por todas partes, empezando por Murcia.

El neoliberalismo globalizado no necesita del estado más que como plaza de mercado en la que las autoridades locales hagan respetar las condiciones que el mercado impone. Es lo que se conoce como seguridad jurídica, siempre referida a los contratos del gran dinero y no a la suerte de tuiteros deslenguados. Propiedad y guardias de la porra, y nada de otras funciones adheridas al estado, como educación y sanidad públicas y demás gasto improductivo. Llegados a esta casilla, la oferta política trumpista es la más competitiva y ventajosa, y en dirimirlo va a consistir la inmediata batalla de Madrid.

P.S. Mañana, segundo capítulo de esta mini serie: Profes, metafísicos y guerrilleros.