No vi la entrevista de Jordi Évole a don Aznar. Un viejo puede permitirse el lujo de ser tolerante con sus fobias y el hacedor del pepé ocupa un lugar destacado en esta personal galaxia.  Entre lo que me cuentan y las reseñas que han salido en prensa, puede colegirse que la entrevista dio pocas sorpresas. Las entrevistas a políticos están regidas por una ley de hierro, que se sintetiza en tres claves: el entrevistado ocupa el lugar dominante, la verdad es escurridiza cuando no inalcanzable y el resultado es que seguidores y detractores conservan intactos los prejuicios sobre el personaje después de asistir a su deposición. Évole es un gran entrevistador, en el que se combina un estilo llano y amable, como de estudiantillo becado, con un impecable e implacable rigor y tenacidad en la búsqueda de la verdad. Enfrente, don Aznar es uno de estos tipos siempre igual a sí mismo; de una pieza, dirían sus admiradores, o unidimensional, diría un marxista marcusiano. Los matices de su personalidad son siempre externos y accidentales, de coquetería varón dandy, con o sin bigote, más o menos melenita, etcétera, lo bastante leves para que no oculten una personalidad de granito, una carencia absoluta de empatía y una autoestima arrogante e inexpugnable, que subraya con una risita cavernosa cuando se supone que está de buen humor.

La consecución de la entrevista ocupó a sus promotores mucho tiempo y requirió mucha insistencia, según declaraciones de Évole, y si el entrevistado aceptó hacerla en este momento me atrevo a apostar que fue para reafirmarse ante los votantes del partido que fundó y que empezó a desinflarse después de que dejara el mando en manos de don Rajoy, primero, y don Casado después, ambos patrocinados por él. El objetivo sería evitar que el público se preguntara por los orígenes de la debacle. Pero a él se debe, siquiera en grado de inspiración, el liberalismo como apropiación de lo público, la corrupción como herramienta de gobierno, el belicismo sin causa como política exterior, la mentira como pedagogía doméstica y la división de la sociedad en el schmittiano dilema de amigo/enemigo. Al dejar el timón nuestro héroe, la extrema derecha voxiana empezó a sentirse huérfana y terminó por abandonar el partido por falta de cafeína. Ahora, don Casado o quien venga a sustituirle habrá de recomponer el jarrón y me atrevo a apostar, otra vez, a que no será don Aznar quien le eche una mano. Digámoslo así: la entrevista de Évole es el bonito epitafio que al entrevistado le gustaría ver grabado en su tumba.

Hoy se publica otra entrevista, esta a nuestro amigo Javier López de Munáin, un librero excepcional y un tipo empático y afectuoso, que en los años setenta sufrió las acometidas del terrorismo de extrema derecha por vender libros. En dos o tres pinceladas, y merced a una memoria muy precisa, Javier nos recuerda cómo era aquella época y las fuerzas vivas que la patroneaban. Era la época en que don Aznar, que aún no se había despojado de la camisa azul, escribía recelosas objeciones a la constitución española.