Se ve que los jueces quieren competir con los influencers de internet en extravagancia y narcisismo. Juegan con ventaja. Por la fuerza de los hechos, sus sentencias tienen más followers y haters que las ocurrencias del Rubius y sus colegas. La justicia ha dejado de emanar del pueblo para asombrar al pueblo. Es una mutación que también se da en la comunicación pública. Antes, el medio de comunicación tenía que atenerse a un público preexistente al que debía servir; ahora, el comunicador crea a su público. La adhesión al mensaje es previa a su contenido. En resumen, que no hay día en que no nos desayunemos con alguna resolución judicial que parece dictada para llamar la atención. Ayer fue la absolución de doña Cifuentes en el pleito sobre falsificación documental por la que obtuvo un título académico más falso que un duro de madera. Nadie quiere que nadie vaya a la cárcel si no lo dictamina un tribunal, lo que no significa que tengamos que aceptar que el reo es inocente. Lo que significa es que la justicia y la razón discurren por carriles distintos y recíprocamente ajenos.

Al parecer, en el proceso probatorio no se ha encontrado la pistola humeante que incrimine a doña Cifuentes. El delito está probado, y sus autoras materiales, dos subalternas de la cadena de mando que empezaba en doña Cifuentes y terminaba dios sabe dónde, irán al trullo. Llegados a este punto de la argumentación, los jueces no se preguntaron por qué dos funcionarias que nada ganaban con la comisión del delito, y podían perder mucho, como se ha visto, ejecutaron la corruptela. Las acusadas, ya convictas, intentaron convencer al tribunal de que fueron presionadas a hacerlo, pero el tribunal no les creyó porque, como la famosa manta de don Bárcenas, era solo su palabra contra la falta de pruebas. Los jueces obviaron el aforismo del derecho romano, ¿cui prodest?, ¿a quién beneficia?, pero como en este huerto hay latinajos para todos los gustos aplicaron el de in dubio pro reo y doña Cifuentes salió de la sala del juicio dando saltitos de alegría.

La absolución de doña Cifuentes es análoga a la que benefició a don Casado en idéntico trance, y prefigura la absolución, si hubiera caso y por idénticas razones, de don Rajoy, don Aznar, doña Aguirre y demás capitostes del gran partido de la derecha (ahora ya no tan grande), que han convivido, han favorecido y se han beneficiado de una corrupción rampante, un delito colectivo y endémico del país cuyas manifestaciones nos enseñan dos rasgos determinantes de la enfermedad: uno, la impotencia del poder judicial, a menudo favorecida por decisiones políticas, para hacerle frente y segundo, la facilidad con que se incorporan al negocio personajillos de los escalones subalternos tentados por la mezcla de miedo y codicia que determina la relación  entre el capomafioso y el gorrilla. Españolito que vienes al mundo, olvídate de las dos Españas porque solo hay una y es muy tóxica.