El amigo Quirón ha sufrido una lumbalgia y la inmovilidad a que obliga esta dolencia le ha llevado a abundar en su actividad favorita, que es poner a prueba la resistencia de su corazón por el procedimiento de examinar (monitorear, se diría ahora) las manifestaciones de nuestra derecha política y cotejarlas con su propio código ético. Así que Quirón está en un ay. A veces comparte su indignación con los amigos y en esta ocasión ha remitido un artículo de prensa sobre el juicio a doña Cifuentes con el desolado titulo de La vergüenza del juicio de Cristina, que la autora arranca con la siguiente premisa: Cristina Cifuentes es la política que más vergüenza me ha hecho pasar en la vida. Esta confesión es, al parecer, típicamente española, pues la vergüenza ajena sería un rasgo idiosincrático que no se encuentra en otras latitudes. Podría ser debido a cierto sentimiento colectivo de la moral, quizá de raíz católica, según el cual lo que hace uno, y más si está a la cabeza de la tribu, honra o deshonra a todos los demás.

Sin embargo, la vergüenza ajena bloquea el juico y establece una especie de identidad o solidaridad sui generis con el que la produce, que impide reconocer los hechos y sus causas, y en consecuencia sentar un juicio justo. Es verdad que resulta difícil sustraerse al impacto hipnótico de la cara de la cemento de doña Cifuentes ante el tribunal pero ella no busca la compasión ni la solidaridad de la audiencia, ni siquiera, probablemente, la comprensión del tribunal y su benevolencia; lo que está haciendo es defender su honor. Es hija de militar y en alguna ocasión ha alardeado de ello como ratio de su conducta: estoy educada para no dar un paso atrás ni para tomar impulso, declaró en cierta ocasión. El honor militar consiste básicamente en dejar el campo sembrado de cadáveres y apretar los dientes si hay que responder por ello, y, en el mejor de los casos, atribuir los efectos de tu conducta a las órdenes recibidas de la superioridad. Es lo que está haciendo doña Cifuentes cuando insiste en que la responsabilidad de su situación ha de pedirse a las autoridades académicas del centro donde apañó su falso título.

Sostenella y no enmendalla es un dicho clásico cuyo origen histórico se data en el tiempo de  los condotieros, conquistadores, soldados de los tercios e hidalgos de capa y espada, tipos de fortuna y arrojo con los que don Pérez Reverte cocina sus novelas. ¿No podría nuestro eximio novelista dedicar su próxima obra a doña Cifuentes? Después de todo, ya ha escrito otra sobre una reina del narcotráfico. Mira por donde, doña Cifuentes y su asombroso comportamiento sirven para injertar la proliferante corrupción desatada por el pepé en una robusta y florida cepa, casi heroica, de la tradición española. Cristina Cifuentes junto a Lope de Aguirre. Las corruptelas de sus correligionarios de partido tienen un tufo burocrático, garbancero, galdosiano, como de restauración monárquica, pero ninguno ha conseguido la hazaña de poner en solfa a la totalidad del estamento de la educación superior después de ser herido por el hurto de un par de tarros de crema en un supermercado. Eso se llama poner una pica en Flandes, otro dicho de la época.

Ánimo Quirón, gracias por inspirar esta entrada, y cuídate.