Imposible seguir el debate de la moción de censura esta mañana. Las teles generalistas lo impiden, ya sean públicas o privadas. Los discursos desde la tribuna del congreso son interrumpidos por bloques de publicidad, desconexiones para dar noticia de la marcha de la pandemia y opiniones de los previsibles contertulios que siguen el flujo noticioso desde el plató: ¡más periodismo! La 2, el canal público que de ordinario tiene una programación para dormir a las marmotas, podría haber sido utilizado para emitir sin cortes el debate, pero ha estado ocupado esta mañana en sendos documentales sobre la convención del partido demócrata norteamericano en 1968 y sobre las cuitas de los gondoleros venecianos. Diríase que los canales de televisión comparten el desdén de las élites políticas y económicas por el neofascismo voxiano.

Mensajes interrumpidos, dispersos, entrecortados, atravesados por otros mensajes, enredados en las redes. Podría creerse que nadie se ha perdido nada ignorando el empeño parlamentario de don Abascal y su gente. Hasta don Casado, que no podía ocultar su inquietud en los días precedentes, ha debido respirar tranquilo bajo la mascarilla al comprobar la menguada dimensión de la borrasca. Los ministros estaban absortos en sus móviles, quizás siguiendo el debate por tuiter, mientras el orador se obcecaba en acusarles como si ya estuvieran sentados en el banquillo de la audiencia nacional. Para sostener sobre los hombros toda la demagogia que ha segregado el líder voxiano hay que poseer una oratoria electrizante y dirigirse al auditorio a través de un solo canal y sin interrupciones. Así quedaron para la historia los discursos de Hitler, Mussolini, Churchill o Fidel Castro. Don Abascal carece de sus dones y no está en sus circunstancias, así que su discurso revenido y perezoso queda en un copia/pega de tópicos antigubernamentales de los últimos meses adobados con una salsa hecha con todos los ingredientes que han alimentado el fascismo desde hace un siglo y que en nuestra ingenuidad creíamos extinguido.

En el turno de réplica, el interpelado don Sánchez ha desplegado su ya conocido discurso generalista y de buen rollo. Jugaba con ventaja porque el aspirante a sucederle, amén de su torpeza discursiva y de su matonismo, ha confundido un trámite parlamentario con un golpe de estado y en vez de buscar apoyos en la cámara ha amenazado a la mitad de los diputados con ilegalizar sus partidos y a algunos en especial con llevarlos esposados ante el juez junto a los menores inmigrantes a los que se la tiene jurada. Ya veremos qué cambios trae este circo y, sobre todo, qué efectos tiene en la derecha, que era el verdadero campo de batalla de esta iniciativa.

Por lo demás, la cosa sigue como siempre. El contagio del coronavirus no amaina; las perspectivas económicas del país son un poco más negras a cada día que pasa y el parlamento sigue siendo un jardín asilvestrado, hoy momentáneamente uniforme frente a una iniciativa que no era más que un acto electoral de don Abascal, el cual ha propuesto como único plan de gobierno la convocatoria de elecciones. No habrá elecciones, por ahora, pero vox es la tercera fuerza política y quizá la mejor posicionada para capitalizar el malestar social y un cierto sentimiento de abandono que se detecta en las famosas clases medias. El discurso trumpiano de vox es demagógico sin escrúpulos, extravagante, tosco, pero los hechos a los que alude y la interpretación que les da son inteligibles y compartidos por mucha gente. No está escrito que hayan alcanzado el límite de su potencial de voto. Cuando se escriben estas líneas, don Abascal lleva veinte minutos leyendo los nombres de las víctimas de eta. El miedo, la desconfianza, la caverna, Trump, vox.