Este viejo se ha divorciado de quien ha sido su compañero intelectual desde hace casi medio siglo. Los recuerdos de los buenos tiempos aún se encuentran por doquier en su domicilio: recortes de prensa en diversas carpetas, libros de ensayo y de ficción, discos, la historia en fascículos de la sacrosanta transición, opúsculos sobre cine, jazz, rock, atlas y álbumes ilustrados sobre los más diversos temas, la abigarrada serie de anuarios de cubiertas plateadas reunida durante veinte años, incluso tazas y posavasos ilustrados con los entrañables monigotes de Forges. La vida intelectual y cívica del jubilado no podría entenderse sin este prolífico compañero, que día a día le servía la información de actualidad, le orientaba la opinión, le proporcionaba entretenimiento y, de alguna manera, le daba confianza y respetabilidad. Qué mayor prueba de constitucionalismo, esa etiqueta hoy pervertida, que dirigirse cada mañana al quiosco para hacerse con un ejemplar, llevarlo orgullosamente bajo el brazo y leerlo luego con curiosidad y aprecio.

Las cosas empezaron a ir mal hace ya unos años. La revolución tecnológica acabó con el hábito del papel y obligó a compartir cancha en internet con otras iniciativas más variadas, pugnaces e interesantes y, como consecuencia de la globalización financiera, la propiedad se trasladó a un batiburrillo de inversores internacionales de intereses ignotos, con la consiguiente mengua de la oferta informativa, purga de las voces que podían encontrarse en sus páginas y derechización de la opinión. Nunca fue de izquierdas pero ocupó una centralidad integradora, tensa y esperanzada que dejaba sin espacio a los extremos, hasta la eclosión del capitalismo financiero a principios de siglo, momento en que la empresa salió a bolsa y se alejó definitivamente del público que la sostenía. El musculado centinela del régimen del 78 devino en vejestorio titubeante y gruñón en manos de tahúres de los que nadie sabe qué cartas guardan en la manga. Las firmas que quedan  de la época dorada parecen hámsteres pedaleando nerviosamente en el vacío y entre la hojarasca aún se advierten los rasgos rugosos y la mirada resabiada de los galápagos de antaño, ensimismados en su inveterado rol de profetas nacionales.

Cuéntame algo que no sepa, podría replicar un lector más joven a la perorata precedente. No se trata de relatar hechos sabidos sino de expresar la profundidad del cambio que ha registrado el país, que ya no es el nuestro. El antiguo compañero tiene una curiosa manera de atraer la atención para ganar suscriptores de su edición digital: permite el acceso gratuito por internet a un cierto número de noticias al mes y recuerda a aquel cómico del teatro de feria de nuestra infancia que a la puerta de la barraca contaba chistes para tentar al espectador con el prodigioso contenido que le esperaba en el interior, si compraba la entrada. Pero, ¿qué número de variedades van a enseñar a estas alturas?, ¿qué conejo va a sacar de la chistera Felipe?, ¿qué monólogo va a ofrecer Cebrián?